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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

La felicidad del censor

Todos tenemos mentalidad de censores, y los más privilegiados llegan a plasmarla con éxito. En los tiempos del periodismo, más personas accedían a esa profesión por el placer de utilizar el lápiz rojo que con el ansia de publicar una exclusiva. Periodistas que jamás han dado una noticia, y que no identificarían a una aunque les mordiera los tobillos, han prohibido sin embargo centenares de scoops. Y siempre les he visto más felices extirpando de lo que serían autentificando. Admito que una parte de las propuestas eran dudosas desde un principio, pero los torquemadas vocacionales serían incapaces de distinguirlas.

Los mecanismos de comunicación instantánea han puesto la Inquisición al alcance de todos los teléfonos. En contra de la cháchara publicitaria, el mayor placer de las redes sociales no reside en la posibilidad de ponerse en contacto de inmediato con miles de millones de personas, sino en la capacidad de censurarlas. No mediante el vulgar insulto que requiere un esfuerzo procaz, sino a través del mecanismo sutil del bloqueo. Condenar a un interlocutor al limbo, el placer de los dioses.

No especulo, hablo desde el empirismo irrefutable. En cuanto acabe estas líneas, me enfrascaré en la labor de suprimir a insoportables usuarios de WhatsApp, de los que se creen con derecho a apadrinarte porque mantuviste con ellos un contacto superficial. Antes de darle al gatillo, convoco una vistilla conmigo mismo, expongo y refuto argumentos, me coloco en el lugar del futuro agraviado. También calculo su capacidad de venganza, para qué vamos a engañarnos. Llega así el momento de la ejecución. En mi caso, aunque no desearía influir a otros fanáticos de la guillotina, decapito a quienes me parecen poseídos por una voluntad pedagógica. También soy implacable con los redundantes, que se sienten obligados a compartir sus insulsas actividades cotidianas. Últimamente, censuro con especial énfasis a todo lo que provenga de Madrid, el mayor foco de adoctrinamiento. Y sí, a veces es más satisfactorio que dar una exclusiva.

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