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Semáforos en rojo

Hace unos años estaba junto a un grupo de peatones esperando en un semáforo para cruzar al otro lado de la plaza de España de Palma. Cuando el semáforo se puso en verde para nosotros y en rojo para los vehículos, un coche aceleró y se lo saltó a toda velocidad. Le dio igual que unos cuantos hubiésemos comenzado a avanzar. Estuvo a punto de suceder una tragedia.

Hoy he vuelto a ver una escena similar en el mismo lugar. El tipo o la tipa que conducía delante de mí se ha saltado el semáforo de forma consciente cuando unos peatones empezaban a cruzar el paso de cebra. Me ha venido a la cabeza lo que nos explicó un policía local cuando iba al colegio. "Hay que respetar las señales porque si no la circulación sería un caos y habría un accidente tras otro". De mayor me di cuenta de que el cumplimiento de las normas de tráfico es un buen símil de la convivencia democrática: para que todo el mundo tenga la posibilidad de conducir y de caminar por la calle, no podemos hacer lo que nos dé la gana en todo momento; hay que esperar al instante y lugar indicados y hacerlo de forma correcta, aunque te fastidie.

Hace unos días, el número uno de Ciudadanos, Albert Rivera, persona que aspira a presidir el gobierno de este país, lanzó un mensaje en internet que decía lo siguiente: "El último golpista que apague la luz". Fue cuando el Tribunal Supremo pidió prisión para varios líderes independentistas catalanes y Marta Rovira, de ERC, anunció su salida de España. Rivera se saltó un semáforo en rojo al mostrar satisfacción (cuando no, alegría) por la detención o la salida del país de sus adversarios políticos (a los que, no me cabe duda, ve como enemigos). Otros también se han ido saltando los semáforos. Por ejemplo, los que han proclamado una declaración unilateral de independencia de Cataluña. También los que han usado la violencia física para reprimir protestas pacíficas y, por supuesto, los que han promovido discursos de odio en internet o en la calle. Del mismo modo, hay partes del sistema que solo ven determinadas señales y no otras, y acaban pidiendo prisión para los que cantan rap o escriben tuits en un sentido pero no para los que ondean banderas fascistas o nazis.

La democracia, en este país, está siendo vapuleada a base de cruzar líneas rojas. Con los ánimos cada vez más crispados y la razón más nublada es imposible establecer una convivencia normal. Las cosas irán a peor, no cabe duda, hasta que haya una regeneración política y judicial que permita que los que representan al Estado entiendan que la mayoría de los ciudadanos quiere otra cosa.

La ciudadanía quiere que el país prospere en todos los sentidos. No solo en el económico y social, sino también en el democrático y el de convivencia. Las personas como usted y como yo queremos que los esfuerzos que hacemos por respetar las señales (por ejemplo pagar nuestros impuestos y vivir en general de forma cívica) sea equiparable a los esfuerzos que hacen los políticos y jueces por mantener la cohesión social. No me cabe duda de que muchos de ellos lo hacen. Sin embargo, lo que nos llega es bien distinto: políticos que saquean y que gestionan a su antojo el dinero público, que no nos garantizan unas pensiones futuras, que precarizan el trabajo y que juegan con el sistema educativo; y jueces y fiscales que solo miran hacia un lado. Se está olvidando la importancia de apreciar el conjunto que somos, de respetar al otro y de no pensar tanto en uno mismo. Los sesgos y la avaricia, económica o política, conducen directamente hacia al atropello. Y muchos nos sentimos así: como si nos hubiera pasado un coche por encima conducido por un descerebrado.

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