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Joaquín Rábago

La izquierda será internacionalista o no será

La izquierda, en especial en su variante socialdemócrata, parece irresoluta, totalmente incapaz de superar su perplejidad en estos tiempos de globalización neoliberal. La socialdemocracia parecía funcionar con el Estado de bienestar dentro siempre de los confines nacionales, pero no ha sido capaz de desarrollar un programa capaz de atraer al electorado en tiempos postnacionales.

Con la llegada del neoliberalismo, el Estado se ha ido desprendiendo de sus funciones asistenciales y parece muchas veces estar ahí sólo al servicio de los grandes poderes económicos y financieros multinacionales. Le hemos visto así actuar rápidamente en apoyo de la banca más especuladora, de los fondos de inversión más depredadores, mientras recortaba o privatizaba servicios públicos e imponía austeridad a la ciudadanía.

Así, en el país central de Europa, Alemania, que muchos ponen como modelo, no han dejado de crecer la precariedad laboral y la desigualdad al tiempo que se convertía automáticamente al pobre en sospechoso.

Un comentarista de ese país denunciaba recientemente en las páginas del semanario Der Spiegel el hecho de que los controladores del Estado no tuviesen reparo en invadir la esfera privada del ciudadano para contar, por ejemplo, los cepillos de dientes en el cuarto de baño y comprobar así la veracidad de los datos aportados por las familias que reciben ayuda pública.

Casi dos millones de multas impone anualmente el Estado alemán a los pobres o desempleados que falsean datos, lo que convierte a aquél más en sancionador que en benefactor de los más necesitados.

Esos mismos Estados tan duros e implacables con los pobres hacen, sin embargo, nada para acabar con la evasión fiscal a lo grande de los poderosos, con unos paraísos fiscales que existen no sólo en lejanas islas caribeñas sino en el seno de la propia Unión Europea.

Cuando todo eso ocurre a su alrededor, cuando los ciudadanos ven cómo se llevan fuera empresas porque los costos laborales son allí menores o se reducen plantillas y se paga cada vez menos a los trabajadores que quedan o a los nuevos, ¿es de extrañar que muchos se echen en brazos de la derecha nacionalista y xenófoba?

Una derecha demagógica que les dice que hay que cerrar las fronteras a los inmigrantes, únicos culpables del deterioro creciente de los servicios, de la caída de los salarios y de los continuos ataques a los valores patrios. La realidad, argumenta el filósofo italiano Massimo Cacciari, es que las políticas socialdemócratas tradicionales necesitaban de "amplísimos márgenes de soberanía nacional y autonomía de las decisiones políticas", algo que no se da, sin embargo, hoy en día.

"Y la verdad pura y dura, prosigue en un artículo para el semanario L 'Espresso, es que no podrá haber en el futuro "política socialdemócrata si no es con dimensión europea".

Y ésa es la tarea, dice Cacciari, que "debería asumir la izquierda: la de construir una organización común a escala continental, recuperando en ese terreno su antigua vocación internacionalista".

"Cualquier política de izquierda a escala nacional sólo acabará en jaculatorias y populismos de la más diversa naturaleza". La izquierda, pues, será europea e internacionalista o no será.

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