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Kerr

Se ha muerto Philip Kerr. Tenía mi edad y habíamos compartido editora. Anik Lapointe fue su descubridora en España y Anik Lapointe me rescató después de que mi antiguo editor Mario Muchnik cerrara. Algo habrá que hacer algún día con esta mujer que ha revalorizado la novela negra en España, nos trajo -entre otros tantos- a Alice Munro y a James Salter y fue la editora catalana de El libro negro de Orhan Pamuk, cuando nadie en nuestro país lo conocía y el nobel aún quedaba lejos. Hay más. Bastante más, pero es de Kerr de quien hablamos, aunque sepamos que de no ser por Anik quizá no estaríamos hablando de él. No aquí, digo.

El viernes pasado se murió Kerr a los sesenta y dos años y esa muerte me impresionó más que otras de escritores porque habíamos nacido el mismo año y era un hombre que de la II Guerra Mundial -una guerra que para los de mi generación fue en nuestra infancia el equivalente a las luchas de los dioses griegos- sacó un provecho novelístico de primer orden. Desde dentro y en clave policíaca, como desde dentro estaba escrita Patria, de Robert Harris, o lo están las novelas del norteamericano Alan Furst, de una calidad similar a las de Philip Kerr. Y con un denominador común que provocó que lo leyera con más ganas: ambos crecimos con las aventuras de Tintín y eso está en sus novelas.

Hasta aquí las complicidades previas sin olvidar su visión política, que también es tintinesca: siendo escocés y tratando algunos de sus libros de la médula de su país, nunca fue nacionalista. Es más: su frase ´todos los que en Escocia quieren la independencia tendrían que pasearse por Croacia o Bosnia´ hizo casi tanto bien como el discurso de Gordon Brown antes del referéndum. Él conocía los Balcanes y La dama de Zagreb fue su testamento al respecto.

Pero su mayor invención fue el detective Bernie Gunther, que a partir de ahora vagará sin encargos por el limbo de los personajes que fueron y ya no son. Gunther, ex agente de la Gestapo depurado por sus ideas no llega a abandonar el mundo nazi pues, dada su eficacia profesional, es reclamado una y otra vez por distintos asesinatos y jerarcas. Y a partir de sus casos traza un vasto mapa de la corrupción moral de Alemania y de cómo esa corrupción desemboca en una política gobernada por el crimen (y nace también en ella en una espiral sin fin) y se proyecta en el tiempo cuando todo parece haber acabado. Y no, porque ese todo no acaba nunca. Es otro de los legados de Philip Kerr. Si no lo han hecho, léanlo.

El mundo estaba mejor con él que sin él y su literatura, además de entretener a ese mundo, también ha servido para recordarle que el mal respira en la habitación de al lado, disfrazado de idealismo y de bondad para todos, hasta que muestra su verdadero rostro. Algo que en la Historia olvidamos constantemente y así nos va.

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