Diario de Mallorca

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Una visita inesperada

En otoño de 2010 conocí al escritor flamenco Stefan Hertmans y a su mujer. Ella dirigía una residencia de escritores en Bruselas, pero no fue allí donde nos conocimos, sino en Saint-Nazaire, el puerto desde donde Nabokov y tantos otros salieron en dirección Estados Unidos, huyendo del avance nazi en Europa. La noche del jueves pasado asistí en el Teatro Principal al estreno de la adaptación teatral de su novela War and Turpentine, aparecida el año pasado y sin traducción a ninguna de nuestras lenguas todavía. Entre ambos hechos, algunas cosas (después ya hablaré de la obra de Jan Lauwers & Needcompany).

Hertmans me pareció un hombre culto, inteligente, listo y sobre todo rápido. Muy rápido mentalmente. Es poeta y aunque escribe en neerlandés y es flamenco, no es independentista y lo dejó muy claro en distintas ocasiones. Es más: hizo un canto impecable a Europa como defensa ante los separatismos y nacionalismos de estirpe decimonónica y demostró que amaba -la literatura o lo que fuese- en cualquiera de las dos lenguas de su país, sin teñirlas de connotaciones ideológicas. Recuerdo que en una de las comidas donde coincidimos valoró la vida sexual en los sesenta -él estaba a punto de cumplirlos- como si fuera otra juventud y la verdad es que se le veía bastante más joven de lo que era y con una vitalidad inacabable. Tenía la elegancia y movimientos de ave exótica y todo en él me gustó.

Antes de irme de Saint-Nazaire iba a comprar la edición francesa de su libro sobre ciudades y viajes y me dijo que existía edición española en Pre-Textos. Al llegar a Palma, la compré. Me gustan los libros sobre ciudades y junto a Siete Ciudades de Olivier Rolin, el suyo es uno de los mejores que he leído en los últimos años. No sólo eso: buscando aquí y allá surgió una conexión mallorquina. La editorial Calima había publicado tiempo atrás una antología de sus poemas. Y hace una semana, mi amigo el poeta Enrique Juncosa me recomendó vivamente la obra War & Turpentine y la compañía que la representaba. Ni yo sabía estuviera basada en una novela de Hertmans, ni él que yo conociera a Hertmans. Fue suficiente como para que alguien poco aficionado al teatro contemporáneo como yo, se plantara el jueves en el Principal y disfrutara con el extenso monólogo -son dos horas- de la maravillosa Viviane de Muynick, que está realmente extraordinaria y además, como si nada. Como si hablara en su casa con su hermana: gran, gran dama, a la altura del texto, tomado de la novela de Hertmans. Coreografía y músicas bien tramadas en el espectáculo, aunque me sobraron berridos, alaridos y contorsiones y peleas. Me ocurre con el teatro contemporáneo: que su tendencia al histrionismo más radical como búsqueda catártica, lo convierte a mis ojos en pesado y poco creíble. Como cuando alguien se gusta mucho a sí mismo y no para de demostrarlo. La larguísima escena de la Gran Guerra es excesiva -y eso, repito, que los textos son impecables- y su eco -gripe del 18 y muerte de la amada otra vez a gritos- lastra en cierto modo la tercera parte de la obra, que es deliciosa. Hablo como mero espectador. No soy, ya dije, un connaisseur. ¿La volvería a ver? A Viviane de Muynick, siempre. Y leeré la novela de Hertmans en cuanto la traduzcan.

Cuando salí del teatro y después de haber echado un par de vistazos a platea y palcos antes de que se apagaran las luces, pensé en el cambio que ha supuesto la programación de su nuevo director. Artístico y sociológico. Como si la ciudad hubiese recuperado un espacio de cultura que ya no consideraba, exactamente, suyo. Forteza fue recibido por gran parte del gremio como si fuera un marciano y está poniendo el Teatro Principal -hablo de programación- a la altura de cualquier buen teatro: siempre se recordará, por ejemplo, la representación de The Winter´s Tale, de Shakespeare, como algo nunca visto antes. Pero me interesa mucho esa marcianidad, la ajenidad de Carlos Forteza Garau, con esos dos apellidos claramente extraterrestres o de Matalascañas de Abajo. Recuerdo que el escritor catalán Joan Perucho me habló un día de que el amor por los libros se transmitía de abuelos a nietos, pero no de padres a hijos. ´Los libros -me dijo- les roban a los hijos el tiempo de estar con sus padres y mejor que sea así porque si no ya me dirá: no existirían las librerías de viejo; en cambio el amor por los libros es una vía de acercamiento entre abuelos y nietos´. Uno de los abuelos de Carlos fue el poeta de L´Escola Mallorquina Miquel Forteza, traductor al catalán de El cementerio marino de Paul Valéry, y autor de un libro clave en nuestra cultura. Me refiero a Els descendents dels jueus conversos de Mallorca, que tanta polémica despertó en su día y que es un libro importante del mundo judío mediterráneo. Así se lo recomendé hace dos años en Nantes al crítico Pierre Assouline, que entonces estaba escribiendo su Sefarad -recién publicado ahora- y buscaba bibliografía. El otro fue el médico palmesano, Javier Garau, formado culturalmente en la Residencia de Estudiantes de Alberto Jiménez Fraud, donde coincidió con Lorca, Buñuel, Pepín Bello, Salvador Dalí y tutti quanti. Observarán que las raíces extraterrestres del director del Principal son evidentes.

Lo que me lleva a pensar, por otro lado, en el papel de la ciudad de Palma como agente provocador de la cultura mallorquina. Palma ha dado lo mejor que hemos tenido en la isla en el siglo XX. En novela, a Llorenç Villalonga; en poesía, a Bartomeu Rosselló-Pòrcel; y en pintura, a Antoni Gelabert. El primero y el último, por cierto, también se llamaron Lorenzo y Antonio. Y sin embargo existe a veces una voluntad de metamorfosear culturalmente la ciudad y hacerla pasar por lo que no fue, ni ha sido. O silenciándola, o falsificándola. Ella, vieja y sabia como una antigua madame que tuviera primas palermitanas y estambulíes, se deja hacer y calla, pero de vez en cuando lanza destellos que nos hablan de la ciudad que es. Quizá la actual programación del Teatre Principal sea uno de esos destellos.

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