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JOrge Dezcallar

Héroes

Me gustaría que volviera el héroe arquetípico a nuestras pantallas, el que lucha contra el destino y acaba venciéndolo

Confieso que estoy harto del antihéroe, el que lo es por casualidad y a su pesar que se ha puesto de moda hace ya unos años y que yo asocio personalmente con el detective Colombo, siempre con la gabardina arrugada, lamparones en el traje, corbata mugrienta y ceniza en la solapa. O como el capitán Alatriste en sus entretenidas aventuras imperiales. Y tantos otros. Se diferencian de los malvados puros como el Padrino, Alex (La naranja mecánica), o el mismo Joker (Batman) en que a pesar de todo tienen una moral y luchan contra los malos. Pero me he cansado un poco de ellos y como en el mundo todo son modas, creo percibir un principio de cambio en el ambiente. Algo parecido a lo que sucedió cuando me estrené como padre en los EE UU, allá por los setenta, cuando no se podía dar una bofetada a un niño y se vivía una furibunda campaña en contra de la sacarina como la bicha superlativa. Ahora los americanos leen el libro Tiger mother sobre las ventajas de la disciplina y el esfuerzo en la educación infantil y lo que hay que proscribir no es la sacarina sino el azúcar. En lo que creo que acertaron -y que yo seguí ya entonces con entusiasmo- fue en educar igual a niños y niñas porque ya ellos y ellas se ocupan en seguida de marcar sus diferencias y preferencias. Me di cuenta el día en que tras haberme negado a comprarle una pistola a mi hijo Juan (tres años) me lo encontré una tarde en el Central Park neoyorquino persiguiendo con una rama de arbusto a otros niños armados hasta los dientes con escopetas de todos los colores, mientras su hermana, un par de años mayor, jugaba tranquilamente a las muñecas con otras niñas. Al volver a casa entramos en Hamley´s y le compré una estupenda pistola con sonido estereofónico.

Carlyle explicaba la Historia en función de las personalidades superiores de sus protagonistas mientras tesis materialistas afirman que éstas son meras emanaciones de un previo sustrato económico y cultural. Ni tanto ni tan calvo. Es verdad que Sicilia y Mallorca "producen" resultados culturales semejantes e independientes en El gatopardo y Bearn, o que Hitler es consecuencia de la humillación germana tras la Gran Guerra, pero también creo que algunas personalidades descollantes han dejado su impronta en la Historia por la fuerza de su carácter y al margen de otras consideraciones. Como Churchill cuando ofrecía a su pueblo "sangre, sudor y lágrimas" para llevarle a la victoria final de la mano de los norteamericanos. Y aunque Trump sea fruto del miedo de las clases medias blancas, es mucho lo que ahora depende de su carácter irascible y voluble a un tiempo.

Antes de esta moda de los antihéroes se hacían películas que glorificaban a esos caracteres excepcionales, reales o ficticios pues eso no importa, como Ben Hur, Cleopatra o El Cid. Quizás porque los asocio con mi infancia y juventud, recuerdo a Charlton Heston, John Wayne y Liz Taylor con melancolía. Y me gustaría que volviera el héroe arquetípico a nuestras pantallas, el que lucha contra el destino y acaba venciéndolo a pesar de tener todas las papeletas en contra porque creo que muestran valores que son positivos, como hacen las mujeres afroamericanas de la NASA (Hidden figures, nominada al Oscar como mejor película en 2017). Igual que pienso que el aprobado general es una barbaridad y que a los niños hay que entrenarles desde pequeños para el mundo competitivo en el que van a tener que desenvolverse. Los ingleses esto lo tienen claro y ahora se proponen hacer los recreos más "peligrosos" para que los niños y niñas sepan que si se caen del columpio el suelo no es de corcho y que hay que medir el vuelo para no darse un coscorrón. En cierta ocasión envié a un hijo a estudiar en un colegio inglés y su director me advirtió que allí "se formaban líderes", una frase que ningún colegio de España se hubiera atrevido a pronunciar.

Por eso los americanos han llenado de héroes su corta historia, aunque sea con personajes muy secundarios como David Crockett (El Álamo) o Pocahontas, al margen de otros más justificados como Lincoln. Lo mismo hacen los británicos que llenan la suya con seriales sobre sus monarcas Tudor, la reina Victoria, el rey que supera su tartamudez o la actual Isabel II, y también acaban de hacer un par de películas sobre Churchill en el último año. Me pregunto qué no harían los anglosajones si Hernán Cortés, Juan Sebastián de Elcano, Blas de Lezo o Isaac Peral fueran suyos, pues esos sí que tienen vidas novelescas y apropiadas para llevar al cine, desde conquistar un imperio con 500 aventureros y mucha diplomacia a dar la primera vuelta al mundo a tientas (ahora se celebran 500 años de la epopeya), o infligir a la escuadra del almirante Vernon la más humillante derrota jamás sufrida por los británicos en su brillante historia naval. Y resulta que el submarino es un invento español.

Hay muchos más desde Bernardo de Gálvez a Junípero Serra, desde Severo Ochoa a Ramón y Cajal o el mismo Félix Rodríguez de la Fuente, que ha inspirado a tantos jóvenes en tiempos más recientes. Creo que todos ellos serían un magnífico ejemplo para una sociedad desmotivada y con exceso de autocrítica y podrían protagonizar una buena película. La Marca España podría ocuparse de ello si le dieran un poquito de dinero.

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