Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Cadena sin fin de despropósitos

La crisis política española acelera hacia no se sabe muy bien dónde; los despropósitos se encadenan sin que se atisbe quién ha de ser el o la estadista que imponga una cierta cordura

La Segunda Restauración monárquica de la moderna historia española, la instaurada con la Constitución de 1978 (la anterior acaeció en 1874, tras la primera República, al entronizar los militares y Cánovas del Castillo a Alfonso XII), aguanta cuarteada por los embates derivados del descomunal despropósito catalán, que es el que puede acabar llevándosela por delante, sin que ello desmerezca de la insoportable torpeza de sus protagonistas, al igual que por la inconcebible inacción que desde Madrid se expande por las Españas. Los acontecimientos de la actual semana (no hace falta retrotraerse más en el tiempo) constatan sobradamente hasta dónde hemos llegado, cómo estamos y no tanto hacia qué destino nos encaminamos. Tampoco conoce el suyo la descoyuntada Cristina Cifuentes.

Es recurrente que Cataluña anticipe los cambios que ineluctablemente se darán en toda España. Anuncia lo que está por venir; en el Principado, constatado en las elecciones a su Parlament, se ha evidenciado el decalaje entre lo que ha sido norma y lo que se aposenta con fuerza: el hundimiento de la derecha conservadora ha sido estrepitoso, mortal de necesidad. La nueva derecha, la de Ciudadanos, que aspira a muchas cosas, incluida una radical recentralización del Estado, se ha impuesto a la desmadejada del PP; además, la empitonada padecida por el socialismo es gravísima, sino mortal. Pero no ha podido con el independentismo, que aguanta pétreo, inconmovible a los reclamos de que instaure una cierta moderación. Ayer y hoy son días importantes, decisivos. Habrá más, hasta que el desbarajuste institucional sea solventado por quien sepa y quiera hacer política. Al subrogarse Rajoy a la vía judicial ha dejado al Gobierno, a la política, sin margen de maniobra.

Esa es la otra incógnita que hay que despejar: cómo hacer que la política vuelva a ser el elemento susceptible de encauzar y propiciar la solución de las cosas que aparecen como insolubles. Nos hallamos ante una legislatura perdida, ante una parálisis como no se había visto desde la primera mitad del pasado siglo, cuando la Restauración canovista daba sus postreras boqueadas. El partido gobernante ha generado un bloqueo político-institucional de altísimo riesgo, en el que colabora una oposición nefasta: el PSOE, enfangado en sus cuitas internas; Podemos, en manos de un demagogo calcinado y Ciudadanos, el socio impensable de la derecha gubernamental, enfrascado en un triple salto mortal del que no se sabe si saldrá malparado o en la Moncloa. Así vamos, sin que la alternativa de llamar a las urnas para que unas nuevas elecciones generales ofrezcan una cierta capacidad de maniobra vaya a producirse, porque M. Rajoy se aferra al cargo para no pensar en tener que vérselas con la Justicia. El destino del francés Sarkozy es el que busca soslayar a costa de lo que sea.

Anteayer, para que algunos digan que el Estado de Derecho funciona y otros corroboren que la quiebra del sistema avanza imparable, el Tribunal Supremo, que hace imposible el apaño político del contecioso catalán, se vio en la tesitura de tener que decidir si envía a la cárcel al cuñado del Rey. Se ha salvado a la hermana del Jefe del Estado. Un respiro para la Corona. Pero Felipe VI, marcado por su pronunciamiento sobre Cataluña, ha de limitarse a levantar cortafuegos, los que no supo crear su padre, el rey Juan Carlos, extraviado su agudo olfato político.

La Segunda Restauración es posible que no zozobre, pero es evidente que navega por aguas muy traicioneras.

Compartir el artículo

stats