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Figuraciones mías

Inseguros

Una amiga oftalmóloga que trabaja en un hospital público de la isla me comentó la otra tarde que era raro el historial de un paciente anciano en el que no figurara medicación para tratar la depresión y la ansiedad. El principal problema psicológico al que se enfrenta el individuo que llega a la vejez es el de adaptarse a su nueva situación vital, marcada por la inseguridad. Cualquiera que conviva con ancianos sabe que es así: muchas personas mayores tienen miedo o manifiestan inquietud ante el futuro, que ya no perciben como un tiempo de posibilidades, sino de amenazas.

Entre los factores que más angustia generan entre las personas mayores está el económico. Miles de pensionistas han salido a la calle estos días en España espoleados por el malestar que genera vivir pasando penurias en el momento más vulnerable de la vida. La indignación que manifiestan los pensionistas no es más que el temor por su propia supervivencia. La inmensa mayoría no pide nada que no le pertenezca: durante décadas han destinado parte de su sueldo al Estado con la promesa de que el Estado cuidaría de ellos tras jubilarse. Y, sin embargo, esto no está ocurriendo.

Aquí partimos de un acuerdo forzoso, desde el momento en el que yo, como trabajadora, no puedo elegir si formar parte de la masa contribuyente o no. Por ley, estoy obligada a cotizar. El Estado me dice que puedo beneficiarme del sistema nacional de salud y del sistema de pensiones y que, en contrapartida, debo desviar parte de mi sueldo mensual a sufragar ambos. Aun siendo un acuerdo forzoso, a la inmensa mayoría de los españoles nos parece justo y conveniente y, por lo tanto, entramos en el juego. Ahora que estamos en edad de trabajar, engordamos nuestra cuenta para que, una vez jubilados, papá Estado nos devuelva nuestro dinero poco a poco, garantizándonos una vejez tranquila y digna.

Digno es un adjetivo que se utiliza tanto últimamente que se ha vaciado de sentido. Una vejez digna es aquella en la que uno puede permitirse encender la calefacción en los días fríos y el aire acondicionado en las noches más sofocantes del verano, significa ir al súper o al mercado sin necesidad de hacer números antes de salir de casa. Una vejez digna te permite comprarles un regalito a tus hijos y nietos cuando llega su cumpleaños y te asegura que podrás ir correctamente vestido y peinado hasta el fin de tus días.

Pues bien, estas pequeñas cosas son consideradas una especie de lujo oriental por la mayoría de los pensionistas que han salido a la calle. Las pensiones que reciben del Gobierno -denuncian- no les dan para vivir, sino para sobrevivir. Por lo tanto, el Estado no está cumpliendo su parte del trato, sino que se está comportando como el timador que promete beneficios que nunca llegan a cambio de tu inversión inicial.

Que las pensiones hayan subido de media este año dos euros y medio es llamar idiotas a la cara a los pensionistas y el Gobierno lo sabe. Sabe que el rescate a sus amigos de la banca ha costado 61.000 millones de euros que difícilmente usted y yo volveremos a ver, a pesar de aquella histórica frase de Luis de Guindos tratándonos como si nos hubiéramos caído de un ídem: "Me gustaría especificarlo muy claramente: aquí no hay coste para los contribuyentes españoles".

Los pensionistas, aunque mayores, no son necesariamente sordos y durante los últimos años han oído noticias como esta del rescate a la banca o las que nos informaban del dinero dilapidado en el Palma Arena, el aeropuerto de Castellón o la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela. Es la cultura del despilfarro que durante años llegó a cada municipio, a cada ciudad española. Gastos excesivos y superfluos que los ciudadanos contemplábamos crecer y multiplicarse como un tumor maligno.

El 15-M fue un primer aviso del que los políticos no tomaron nota, acostumbrados a que los incautos les votemos una y otra vez. Desde entonces, acunados por las cifras macroeconómicas que aseguran que hemos salido de la crisis, hemos permanecido callados y formales, como le gusta al Gobierno. Pero cuando a uno le obligan a vivir con 600 o 700 euros al mes con un coste de los servicios básicos disparado, deja la discreción a un lado para salir a la calle a manifestarse y a gritar, si hace falta.

La cosa no pinta bien: los especialistas auguran un futuro de pensiones cada vez más bajas, si es que se puede acceder a ellas, mientras que los políticos porfían en su mantra de que las pensiones están aseguradas. Por el amor de Dios ¿alguien puede hablar claro acerca de este asunto? Es que ni siquiera las entidades privadas lo hacen. Alarmada por las noticias cada vez más pesimistas, hace un par de años fui al banco a abrirme un plan de pensiones y, francamente, no entendí de la misa, la mitad. Me enredaron con su cháchara gremial y su galimatías de intereses, aplazamientos, cláusulas y porcentajes hasta que salí de la sucursal con la creciente sensación de que había hecho el primo y de que la banca, señores, siempre gana.

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