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Antonio Papell

El hundimiento de la izquierda

La encuesta de GAD3 realizada en todo el territorio español publicada este domingo por La Vanguardia registra que el 75% de los encuestados censura la respuesta de Rajoy a la corrupción y un 52% su labor del Gobierno. Pese a ello, el centro derecha ganaría sobradamente las elecciones con entre 183 y 187 escaños por mayoría absoluta (con Ciudadanos claramente por delante del PP en votos pero prácticamente empatados con el partido de Rajoy en escaños), en tanto el PSOE, con el 22,1% de los votos ni siquiera alcanzaría la cota lograda en 2016 (22,7%), aunque subiría levemente en escaños (pasaría de 85 a 86-88) y Unidos Podemos se desplomaría tanto en votos (pasaría del 21,1% al 16,7%) como en escaños (de 71 a 52-53).

El PSOE, que muy difícilmente podría llegar a entenderse con la formación de Pablo Iglesias, no tiene de momento la posibilidad de postularse, por tanto, como opción alternativa de poder, entre otras razones porque ha fracasado en su intento de transmitir la idea de unidad tras la crisis interna que ha experimentado. La incapacidad de derrotados y vencedores en aquel pulso para recomponer las relaciones, unida al cambio de alineación ideológica de alguno de los principales medios de comunicación que respaldaban históricamente a los socialdemócratas de Ferraz, ha anulado en gran medida la visibilidad del PSOE.

Sin embargo, el declive del centro-izquierda no es un fenómeno autóctono y ha de inscribirse en el contexto general. En Alemania, el SPD acaba de firmar su tercera gran coalición con la derecha, pertinacia que desmiente la tesis de que la convergencia es excepcional y ocasional. De Francia llegan noticias sórdidas de que el PS ha tenido que vender a una inmobiliaria su gran sede parisina del 10 de la calle Solférino, cercana a la Asamblea Nacional y al Museo del Quai d'Orsay, que ocupaba desde los tiempos de Mitterand. En Italia, el Partido Demócrata de Matteo Renzi ha perdido 2,5 millones de votos de los 8,6 que consiguió en las generales de 2013, su victoria en las pasadas europeas fue solo un espejismo, y hoy está todo en duda, incluso el frágil liderazgo del joven exprimer ministro. En definitiva, según el último recuento, de los 28 países de la Unión Europea, la socialdemocracia sólo gobierna en cinco: Portugal, Suecia, Malta, Eslovaquia y Rumanía. En correspondencia con esta situación, en la cúpula de la UE hay tres presidentes que proceden del Partido Popular Europeo: Donald Tusk en el Consejo, Jean-Claude Juncker en la Comisión y Antonio Tajani en el Parlamento europeo; el centro izquierda tan sólo cuenta con la Alta Representante para la Política Exterior, Federica Mogherini.

La actitud del SPD es, seguramente, la más lesiva para el conjunto: el pacto de gobierno no contempla cambios sustanciales en el enfoque europeo. No habrá más presupuesto comunitario, sino que se seguirán las pautas liberales del "Estado mínimo" que han regido hasta ahora en Europa, paradójicamente entremezcladas, eso sí, con inercias proteccionistas de difícil intelección, como la política agraria común. En Alemania, no habrá más recursos para gasto social, sino que Merkel se compromete tan solo a invertir los excedentes de recaudación; y tampoco se avanzará apenas en la integración económica comunitaria: ni habrá fondo de garantía europeo, ni mutualización de la deuda, ni nada parecido a una armonización fiscal. El SPD se adapta „¿por patriotismo?„ a las pautas conservadoras, olvidando que la gran crisis de la que todavía no nos hemos rehecho es la consecuencia de las políticas neoliberales que se entronizaron acríticamente en los años ochenta de la mano de Thatcher y Reagan, y que siguen plenamente en vigor. Unas políticas que no se cuestionan y que permiten decir impunemente al ministro español de Hacienda que mantener el poder adquisitivo de los pensionistas indexando las pensiones con el IPC es una práctica "antigua".

Esta es la situación, ante la pasividad general, Y aun sin ánimo de dramatizar, parece lógico prever el siguiente paso: si el bien y la verdad están del lado conservador, ¿para qué mantener la ficción de un carísimo sistema de partidos?

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