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LAS SIETE ESQUINAS

El dinero de los mayores

Durante siglos y siglos, a nadie se le ocurrió que las personas mayores tuvieran derecho a cobrar una pensión después de haberse pasado la vida trabajando. Los viejos campesinos tenían que seguir trabajando en el campo hasta que ya no podían más, igual que sus mujeres, obligadas a trabajar en la cocina y en la casa hasta que reventaban de agotamiento. En algunos lugares existía incluso una especie de eutanasia obligatoria para los ancianos a los que la comunidad ya no podía mantener. En Japón, los hijos abandonaban a los padres en la cima de una montaña (se hizo una bella película sobre esta historia, La balada de Narayama). En Burundi se les obligaba a los ancianos a beber cerveza envenenada, igual que hacían con los reyes que se habían vuelto demasiado viejos para gobernar. Y en muchos otros sitios se les dejaba de alimentar para que así tuvieran una muerte más rápida. Por fortuna no todas las sociedades hacían lo mismo -otras eran mucho más respetuosas con los ancianos-, pero el impulso de quitárselos de encima por engorrosos e improductivos -y caros de mantener- ha existido siempre. Y si se piensa bien, muchos suicidios de ancianos se debían a que ya no querían ser un estorbo para sus familiares.

Según he leído, la primera ley europea que intentó remediar las penurias de la vejez se introdujo en el siglo XVII, en el ducado alemán de Gotha, donde se creó un fondo para las viudas de clérigos. Poco después, en ese mismo ducado de Gotha, se creó otro fondo para los maestros que se habían vuelto demasiado viejos para seguir trabajando. Pero esas medidas fueron casos excepcionales que se debían a la benevolencia particular de un gobernante y no a una política generalizada. Las primeras leyes de pensiones -muy tímidas- se introdujeron en la Alemania de Bismarck a finales del siglo XIX. En Gran Bretaña, las primeras leyes de pensiones -también muy limitadas- se aprobaron en 1908. En España, la primera ley es de 1919 y se debe al mallorquín Antonio Maura, que tuvo que vencer la feroz resistencia de los patronos, que se negaban a pagar una aportación para la jubilación de sus empleados. Cuando por fin se aprobó la ley, los obreros jubilados sólo tenían derecho a una peseta al día -una miseria-, pero esa ley sirvió al menos para establecer la obligatoriedad de las pensiones de jubilación. En su momento fue muchísimo.

La universalización de las leyes de pensiones se produjo después de la Segunda Guerra Mundial en casi todos los países de Europa, cuando la mejor derecha se alió con la mejor izquierda para sentar las bases de lo que sería el Estado del Bienestar. En Gran Bretaña la ley de pensiones fue introducida por los laboristas en 1948. El franquismo la copió -muy tarde- cuando creó la ley de Bases de la Seguridad Social en 1963, pero fueron los gobiernos socialistas de Felipe González, en los años 80, los que crearon las leyes de pensiones tal como ahora las conocemos. Por fortuna, tanto la derecha como la izquierda han mantenido la misma política. Al menos hasta ahora.

¿Y a partir de ahora? Cualquiera sabe. Lo que es evidente es que el fondo para las pensiones se está agotando y que cada vez va a ser más difícil pagarlas. También es evidente que muchas pensiones son insuficientes o claramente vergonzosas, como aquella peseta diaria que cobraban los obreros jubilados en 1919. Pero las soluciones no son fáciles. Hay una visión demagógica que pretende hacer creer que el PP se ha fundido el dinero de las pensiones, del mismo modo que hay otra visión irrealista -y cruel- que pretende hacer creer a los jubilados que se puede vivir razonablemente bien con 400 euros al mes. Todo eso es innegable. Pero las soluciones no son fáciles y todo el mundo debería ser consciente de ello. Para empezar, los jubilados viven cada vez más -cosa de la que todo el mundo debería alegrarse-, pero eso supone que los gastos de las pensiones se multiplican a diario a un ritmo vertiginoso. En 2002 había 4.269 centenarios en España; ahora hay 17.423, es decir, cuatro veces más. Por otro lado, las aportaciones de los trabajadores jóvenes son muy pequeñas porque viven en unas condiciones constantes de precariedad. A esto hay que sumar una pésima política de asignación de recursos. Hay dinero para el AVE, para Operación Triunfo, para la burocracia elefantiásica de las 17 comunidades autónomas y para tantas y tantas cosas más, pero no lo hay para las pensiones. Y la solución, repito, pinta muy mal. Quizá los que nos vamos haciendo mayores deberemos ir pensando en esa agradable cervecita que les obligaban a tomar a los antiguos reyes de Burundi.

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