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Antonio Papell

Preocupa la clase política

La clase política es la tercera preocupación de los españoles, según la encuesta recién publicada por el CIS. El sentido de esta inquietud no es demasiado preciso ni sugiere soluciones pero a buen seguro indica un sentimiento entremezclado de cansancio e irritación hacia ese concepto anglosajón intraducible que llamamos establishment, entendiendo por tal el conjunto de actores -personas, instituciones y entidades- influyentes en la sociedad que procura mantener y controlar el orden establecido.

La corrupción ha influido sin duda en este sentimiento y en la consiguiente preocupación. Sin embargo, la ética es una virtud esencialmente privada, y el respeto a las reglas debe garantizarse sobre todo mediante la instalación de los suficientes controles eficientes. En otras palabras, en las democracias más consolidadas, los políticos no se corrompen porque es imposible gracias a las precauciones que adopta el sistema, lo cual es la mejor garantía de la seguridad jurídica de todos y de la vigencia del principio de igualdad de oportunidades. No quiere decirse que la corrupción no merezca un rechazo moral sino que un país moderno no se puede fiar de la solidez de los principios de sus gobernantes ocasionales, cuya "virtud" ha de ser preservada por normas estrictas de conducta, acompañadas de las cautelas necesarias y del ineludible aparato sancionador.

Pero más allá de la integridad, al político hay que reclamarle competencia. Cuando Ortega decía que a lo público han de ir "los mejores", quería decir que habían de entrar en política los más selectos, preparados y brillantes de cada generación. Parece natural que así sea, que lo público esté en manos de personas con una singular capacidad y tras procesos de selección complejos, que finalmente han de pasar, como es natural, por las urnas. Pero para que las cosas fueran de este modo, sería necesario: a) que la política tuviera prestigio; b) que los cargos públicos de alta responsabilidad fueran retribuidos con salarios semejantes a los que perciben los dirigentes del sector privado; y c) que los partidos fueran realmente organizaciones democráticas y abiertas, en las que se produjera internamente un proceso de selección riguroso.

Ninguna de estas tres condiciones se cumple. La política está desacreditada y es difícil que un joven con aptitudes la elija como desarrollo profesional; además, por razones directamente populistas, los salarios de los roles públicos son inapropiados, de forma que quien tenga aspiraciones de bienestar personal y familiar, y aptitudes para abrirse camino en ocupaciones complejas, ha de dedicarse por fuerza a otra cosa. Y los partidos no consiguen convertirse en herramientas útiles, transparentes y abiertas, a pesar de que se ha impuesto una creciente democracia interna, muy problemática todavía: cuando la selección es transparente, la sana competencia en elecciones primarias se ha convertido con frecuencia en malsana y cruenta rivalidad que destruye las potencialidades de la organización. Los odios africanos que actualmente inmovilizan al PSOE son el ejemplo claro y patético de lo que se quiere decir. Con la particularidad de que los defectos que han postergado a los "viejos partidos" han arraigado enseguida en los "nuevos partidos".

Javier Ayuso publicaba este fin de semana un artículo en el que se preguntaba si es necesario un MIR para los políticos y en el que recordaba que en Francia existe una muy reconocida escuela de políticos, la Escuela Nacional de Administración, ENA, en la que se han formado muchos altos funcionarios y la mayoría de quienes llegan a la cima de la política (Macron es diplomado por la ENA, como lo fueron otros tres presidentes de la V República, Giscard, Chirac y Hollande).

Pero los tiempos que corren no van por este camino. En la atribulada Italia, acaba de ganar las elecciones Luigi di Maio, de apenas 31 años, sin estudios superiores, nacido en Pomigliano, una pequeña ciudad cercana a Nápoles, localidad víctima de la reconversión industrial, con una de las tasas de paro mayores del país y centro del crimen organizado. Sus seguidores locales explican al periodista que cubre el acontecimiento las causas de su victoria: "Puede que Luigi no tenga ningún título universitario pero tiene dignidad. Justo lo que les falta a los demás. Es uno de los nuestros".

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