Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ministerio de la soledad

No se trata de una nueva serie con sus correspondientes temporadas, sino de una nueva cartera ministerial creada en el Reino Unido. Al de igualdad se suma éste, el de la soledad. Estamos hablando de una nación insular y, por añadidura, de un país que se ha decantado por el Brexit que, como así decir, es una suerte de soledad geopolítica. La soledad ya ha entrado en la agenda política. La soledad como una cuestión de Estado.

Hace poco estuve viendo un documental titulado La teoría sueca del amor que, entre otras cosas, muestra las grietas de uno de los modelos del estado del bienestar, la Suecia que pretendió diseñar Olaf Palme con su socialdemocracia higiénica. Uno de sus principios consistía en fomentar la independencia absoluta del ser humano, según el cual sólo puede existir amor verdadero entre personas que no se necesitan. Este modelo funcionó durante algunas décadas, pero ahora revela su parte oscura y casi tétrica. Sin duda, hay que sospechar de los ingenieros sociales que, con toda la buena voluntad, pretenden modelarnos a su imagen y semejanza. Los predicadores de las sociedades perfectas son muy peligrosos. El exceso de independencia desemboca en el ensimismamiento y aislamiento. Resultado: un cadáver puede estar tres años en un apartamento sin ser descubierto. Es sabido que en los países escandinavos existe un alto índice de suicidas. Precisamente, en lugares de altísimo nivel socioeconómico.

Sin embargo, hay que escuchar al sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, cuando nos alerta de una cosa: lo que hace felices a los seres humanos es la capacidad de resolver problemas. Cosa casi imposible en países como Suecia, donde el Estado se hace cargo de todo. Lo cual, sin duda, nos puede parecer de una confortabilidad envidiable. Con todos sus defectos, que los tiene y muchos, el calor de la familia es preferible a esa gélida eficacia estatal.

Tampoco hay que convertir la soledad en una patología, pues hay soledades necesarias y muy benéficas. A la inversa, también espanta el hecho de imaginar un mundo en el que sea imposible estar a solas. Otra clase de infierno, en este caso, por exceso de compañía.

Ahora bien, que un país como Reino Unido vea necesaria la creación de un ministerio de la soledad indica no sólo que muchos de sus habitantes se sienten dramáticamente solos, sino que es el mismo país que, tras haber optado por un cierto aislamiento, se ha quedado un poco desplazado. Sin embargo, este tipo de medidas pueden caer en el mismo vicio, aunque en este caso a la inversa, en el que cayó el socialismo impecable de la Suecia de Olaf Palme. Es decir, que podría forzarse a quienes viven a gusto en soledad a una convivencia que no desean. O lo que es lo mismo, a tratar de convencer al solitario vocacional de que su tendencia a la soledad es algo así como una enfermedad que necesita cura y, por supuesto, el Estado, siempre el Estado, se encargará de la sanación. Lo mismo que en Suecia, pero justo al revés.

De ahí los peligros que conllevan los experimentos de los ingenieros sociales, pues siempre tratan de encajarnos en las plantillas que ellos han pergeñado con el objetivo de lograr una sociedad perfecta, y ya conocemos los peligros de esas sociedades con vocación de impecabilidad. Tarde o temprano saltan las costuras y descubrimos con sorpresa, y cierto horror, que tal cuerpo, que tal sociedad se va muriendo por dentro.

Dicho esto, es cierto que de lo que aquí se trata es del aislamiento y, aun más, de la desolación. Porque una cosa es la necesidad de buscar y hallar zonas de soledad, un lujo, y otra muy distinta verse abocado a estar solo en contra de tu voluntad.

Compartir el artículo

stats