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Las siete esquinas

Las cosas dentro de las cosas

Al ser humano le cuesta entender que la vida es muy compleja y que no existen las soluciones simples para situaciones que escapan a cualquier explicación racional.

El otro día, en el autobús, una pareja joven, de unos veinte años, estaba hablando sobre lo que había que hacer con los criminales (era en los días en que se estaba buscando al pequeño Gabriel, en Níjar, y aún no se sabía muy bien lo que había pasado). La chica tenía una postura muy clara: a los asesinos había que matarlos y a los violadores violarlos, para que así comprobaran en propia carne la magnitud de lo que habían hecho. Me llamó la atención que lo dijera sin alterarse y sin levantar la voz, con una serenidad inquietante.

El chico que iba con ella intentó rebatirla, pero le costaba encontrar argumentos. "¿Y quién va a violar al violador?", le preguntó al fin cuando el autobús se detuvo en una parada y se abrieron las puertas neumáticas. La chica no se pensó la respuesta: "Da igual. Cualquiera. Ya saldrá alguien. Pero lo importante es que el violador se dé cuenta de lo que ha hecho. Y para eso alguien tiene que violarlo a él". "Entonces pretendes que haya una especie de verdugo especializado en violar a los violadores, un funcionario, dijéramos, ¿no?", le preguntó el chico. "Me da igual si es un funcionario o un voluntario. Lo importante es que haya alguien que viole al violador". La chica seguía hablando en un tono muy sereno, espaciando las palabras como si estuviera recitando un tema ante un tribunal de oposiciones y quisiera que todo quedara muy claro y nadie pudiera malinterpretarla. No sé si eran pareja, pero el chico escuchaba a su compañera con una dolorosa expresión de alarma, como si acabara de sorprender en ella algo que jamás hubiera podido imaginarse: una crueldad insospechada, una falta de compasión que no creía posible en ella. Si ese chico estaba enamorado de la chica, aquella conversación quizá haría que se preguntara de quién se había enamorado realmente.

Aquella pareja parecía de universitarios, y desde luego no eran gente marginal ni lumpen ni nada de eso. Pura clase media, si es que esa clase sigue existiendo todavía y no ha sido degradada a una nueva clase que podríamos denominar "low cost", la clase de la precariedad y de los alquileres desorbitados y de la duda permanente sobre el futuro. Y por otra parte, los dos hablaban en el bus cuando aún no se sabía nada sobre el asesinato del niño Gabriel Ruiz, sólo que había desaparecido y que las perspectivas no eran muy alentadoras. Ahora, con la detención de la presunta autora del crimen, cualquiera sabe lo que dirá la chica con aquella seguridad y frialdad que a mí me parecía escalofriante. Y cualquiera sabe si el chico seguirá oponiéndose a las soluciones drásticas -gracias a sus hermosos escrúpulos- o bien se habrá pasado al campo de los que reclaman venganza y brutalidad. La madre del niño, en un gesto que debería despertar la admiración de toda persona decente, pidió ayer en la radio que no se extienda la rabia ni la histeria, pero parece que muy poca gente la va a hacer caso. Las redes sociales, como siempre, ya se han convertido en la cloaca humana donde se vierten toda clase de insultos y amenazas contra la presunta culpable. Y no sólo contra ella, sino contra los inmigrantes y contra las personas de otra raza.

Al ser humano le cuesta entender que la vida es muy compleja y que no existen las soluciones simples para situaciones que escapan a cualquier explicación racional. Hay miles de inmigrantes dominicanas y de raza negra trabajando con toda normalidad en nuestro país -yo conocí a unas mujeres así en Son Xoriguer, en Menorca, y eran mujeres risueñas y laboriosas con las que daba gusto conversar-, pero ahora se ha desatado una oleada de histeria contra ellas y contra muchos inmigrantes de otras razas. Alice Munro, que tiene muchos relatos protagonizados por personajes que han hecho cosas tan monstruosas como las que presuntamente ha hecho Ana Julia Quezada, dijo hace tiempo que el ser humano tenía que acostumbrarse a convivir con la complejidad inexplicable de los hechos: "La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. Quiero decir que nada es fácil, nada es simple".

Nada es fácil, nada es simple. Pero en esta época todo el mundo parece empeñado en encontrar soluciones simples y respuestas instantáneas a unos problemas que jamás podrán encontrar una solución ni simple ni instantánea. Cuando se descubrió que el pequeño Gabriel había sido asesinado, la hermana de Diana Quer -también asesinada por otro monstruo hace año y medio- escribió un tuit que introdujo un poco de luz en medio de esta borrasca de odio y de histerismo: "Mi hermana cuidará muy bien de él". Consuela pensar que aún hay gente así en este mundo.

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