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Trapos para resumirse

Me refiero a colgar una bandera en el balcón de casa, llevarla en la trasera del coche o utilizarla en Facebook a modo de presentación. Algo equiparable a identificarse con un crucifijo en la puerta, a través de vociferantes vivas y mueras o resumirse como hincha de la Ponferradina, por un decir.

¿Son algunos de tales comportamientos un símbolo del "yo hegemónico" y la esencia del mismo? Pues una pena. Se diría que se consigue, en dichos casos, una lamentable reducción a la unidimensionalidad, y peor si cabe porque nadie ha preguntado al/la exhibicionista por sus adhesiones y lo más probable es que a los espectadores -desde la calle o visitantes de las redes sociales- se les dé una higa la demostración pública de filias o fobias del anónimo en cuestión.

Puedo asumir, como afirmase en su día el escritor Saramago, que vivamos para decir lo que somos, pero, ¿son los susodichos lo que sintetizan unas franjas de colores, cualesquiera que sean? Quizá, por no saber reconocerse en la deseable multiplicidad de aspectos que conforman a cada uno de nosotros, se pliegan a una única querencia sentimental (las ideologías se tiñen siempre de emociones) que los preside e intentan imponer al mundo: ofrecer a cualquier incógnito sin diálogo ni matiz. Pero el reduccionismo denota inseguridad, y si además se utiliza como orgullosa enseña frente al resto, para qué seguir. Porque es la prueba evidente de que, tras los rojos, amarillos o morados, hay alguien para quien la otredad no merece el menor respeto ni espacio para la reflexión compartida.

Acaso supongan que el mejor modo de sumar adeptos o darse a conocer -a la vista del trapo sin nadie que lo enarbole, me pregunto siempre cuál será su intención última-, es airear una creencia que, como cualquier fe, haga oídos sordos a las discrepancias y, para ello, nada como meterse en casa y dejar colgada en una ventana la unívoca identidad. ¿Querrán hacer amigos, agredir o ambas cosas según se tercie, sin importarles no cruzar una sola palabra? ¿Estarán necesitados de ser adscritos a una facción incluso por parte de los desconocidos y, si fuera ese el propósito último, por qué?

Podría estarse de acuerdo con determinada publicidad por parte de autores anónimos si fuera exponente de lo que una mayoría podemos compartir, sea solidaridad con los desfavorecidos, los relegados o la defensa de cualquier derecho humano con valor universal pero, de no ser así, hay una diferencia abismal entre posicionarse cuando se es requerido a ello (y si es de forma provisional indicaría un talante abierto a los cambios que pudieran derivarse de nuevos argumentos) o, como en el caso que me ocupa, ser proclive a conclusiones que se emplean como un mazo sobre quienes les rodean y quizá estén en otra onda, sea llegar a fin de mes o hacerse con un empleo. Por lo demás, inclinarse por determinada opción no debiera llevar a abdicar de lo que el futuro (si acaso el presente se ha evaluado objetiva y pormenorizadamente) pueda aportar, y que tal vez refuerce o termine con las inclinaciones que tuvieron lugar en otro tiempo y circunstancias.

A mi juicio, el comportamiento descrito evidencia a un tiempo cierto grado de impermeabilidad así como la necesidad de hacerse con un perfil, aunque sea simplón y reacio a una introspección que quizá pudiese relativizar la trascendencia de cualquier opinión, propia o ajena. En cualquier caso, ¿Qué esperarán conseguir quienes así se comportan, más allá de miradas de complicidad o rechazo de las que además no podrán percatarse por no dirigirse a ellos sino a lo mostrado? Pero deben sentirse orgullosos y es posible que, caso de conocerla, hayan hecho suya la canción de Alaska allá por los años ochenta: "¿A quién le importa lo que yo haga? / ¿A quién le importa lo que yo diga? / Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré". La decisión final de la estrofa dice mucho, y no precisamente en positivo, de quienes estén dispuestos a identificarse con ella toda vez que ese cambio, negado contra viento y marea, si es el resultado de nuevas consideraciones y/ o fruto de la experiencia, merecería el mayor de los respetos.

Autoafirmarse con base a enarbolar convicciones que seguramente juzgan como incuestionables, supongo que los define en paralelo con quienes apostaron en su día por la Inquisición, Auschwitz o los gulags; vergüenzas todas alimentadas por las creencias que son, al decir de Nietzsche, más peligrosas que las mentiras. En consecuencia, de los creyentes conviene apartarse siquiera por prudencia, ya que el razonamiento será con ellos empresa imposible.

Buen indicio el de los trapos para rehuir a sus defensores, sea en modo presencial o muestren las enseñas a través de las redes. Por resumir, dime si cuelgas, pegas o enarbolas, y te diré cómo eres.

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