Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Microhistorias

Basta con abrir los ojos y afinar los oídos para detectar pequeños gestos maleducados, inercias, costumbres o suposiciones que suelen ser obstáculos para las mismas: las mujeres. Detectarlos y acabar con ellos es bueno. Y necesario. Para todos

En el año 1952 una mujer se separó de su marido. Tenía 33 años y cuatro hijos. Comenzó de cero y acabó dirigiendo dos colegios de infantil. Una mujer que hoy tiene 94 años se sacó el título de Magisterio a los 22. No ejerció de maestra. Ni tan siquiera se lo cuestionó. Asumió que debía trabajar en la tienda del marido y así lo hizo. Además, crio a cinco hijos. Una mujer divorciada que pronto cumplirá 70 años trabajó durante más de 45 en tres empresas, educó a tres hijos y cuidó de un familiar dependiente. Una mujer con ligera discapacidad intelectual tuvo un hijo con un hombre con enfermedad mental.

El chico, que hoy tiene 23 años, vive con la madre y hace más de una década que no ve a su padre. La mujer trabaja y ejerce de progenitora gracias al apoyo de profesionales y familiares. Una mujer, harta de soportar la agresividad verbal de su marido, salió una noche de su casa en bata y zapatillas. Se fue a casa de su hermana dejando todas sus pertenencias. No quiso mirar atrás y, a pesar de las zapatillas de andar por casa, pisó fuerte y comenzó a decidir por ella misma. Una profesional de la televisión recibió una oferta laboral a través de su marido. Los jefes no consideraron necesario hablar con ella porque ya estaba su pareja para responder y decidir en su nombre. Una mujer que trabaja en una consultora de recursos humanos descubrió que el hombre que ocupaba su cargo anteriormente cobraba cada mes casi 500 euros más. Una mujer con un puesto de mucha responsabilidad en una empresa hotelera y con una actitud altamente exigente consigo misma y con su equipo es tildada de "histérica" y "controladora". A un hombre con la misma responsabilidad y el mismo grado de exigencia le llaman "perfeccionista" y "riguroso". Si una pareja sale a comer, pide vino y paella para dos existe un altísimo porcentaje de probabilidades de que el camarero dé a probar el vino al hombre. No solo eso. También le servirá la ración de arroz más grande. Asumimos que los profesionales de limpieza o lavandería son mujeres. Una niña de tres años no puede comprender cómo es posible que no exista una fémina en el triunvirato de los Reyes Magos. "¿No hay nadie como yo?", le pregunta a su madre. Una mujer de 28 años que quería ser carpintera desistió "porque todo el mundo me dijo que aquello es una profesión de hombres". Hasta hace poco, en centros comerciales o compañías de aviones las mujeres debían ser monas, delgadas e ir con falda. A una chica que se presentó voluntaria para captar colaboradores de una entidad dedicada a las personas con menos recursos le dijeron que se pusiera un buen escote. "Lo otro vendrá solo", le dijo el coordinador tras guiñarle el ojo. Y así, suma y sigue.

Todas las historias son reales. Vulneraciones de derechos, cortar las alas, lograr objetivos a costa de un sobreesfuerzo o padecer la pésima educación o falta de sensibilidad de aquellos con los que se convive. Estas semanas he oído a algunas personas (hombres y mujeres) decir que están hartas y saturadas de reivindicaciones feministas. Es una pena porque esto no ha hecho más que empezar. Sería más interesante que todos (hombres y mujeres) estuviésemos en el mismo bando. En el de hacer un lugar mejor. Más justo. Para hombres y para mujeres.

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