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Enseñar las menudencias

En 1974, durante la gala de los Oscars, un hombre desnudo irrumpió en el escenario e hizo el signo de la victoria. Luego desapareció de nuevo entre bastidores. En aquella época eran frecuentes estas apariciones de personas desnudas en mitad de un acto o un acontecimiento deportivo -se las llamaba streakers- y nunca estuvo muy claro qué era lo que pretendían, si una fama fugaz o provocar el escándalo o reivindicar algo o simplemente pasárselo bien. El caso es que aquel día, en el escenario, en la gala de los Oscars, estaba David Niven, quizá la persona que mejor ha sabido encarnar la flema británica en una pantalla y en la vida real. Y cuando el streaker pasó corriendo a su lado, David Niven, después de reponerse de la sorpresa, hizo un breve comentario que debería figurar en las antologías del humor british: "¿No es fascinante pensar que probablemente la única sonrisa que vaya a provocar este hombre en su vida se deba a que nos ha enseñado a todos sus menudencias?".

Menudencias es la pobre traducción que he buscado para shortcomings, una palabra de doble sentido que se refiere a las limitaciones intelectuales, pero que también puede referirse, como en este caso, al pequeño tamaño de... en fin, ya me entienden. La escena está en YouTube y para muchos es el mejor momento de todas las galas de los Oscars. Lo triste del caso es que aquel streaker era un militante gay, Robert Opel, que quería dar publicidad a su causa. Un año o dos después se presentó a presidente de los Estados Unidos con el lema "Nada que ocultar" -sacó muy pocos votos-, y en 1979, cinco años después de su irrupción en la gala de los Oscar, murió asesinado de un tiro en la cabeza durante un atraco a la galería de arte que tenía en San Francisco.

Fue una historia muy triste la de ese hombre. No sólo tuvo que soportar el comentario irónico de David Niven, sino que tuvo un final desdichado cuando aún era muy joven. Pero la historia de Robert Opel me ha recordado, en estos días de movilizaciones feministas, nuestro propio papel como varones a lo largo de la historia, es decir, nuestro papel de arrogantes portadores de "menudencias" que exhibíamos orgullosamente como si fueran el no va más. Porque con independencia de la actitud personal de cada uno de nosotros, los varones como grupo social hemos sido personajes a la vez ridículos y engreídos. Y a diferencia del pobre Opel, que actuaba por una buena causa, nos hemos mostrado tan egoístas como ciegos ante todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Y nos hemos dejado engañar por la absurda idea de creernos mejores que las mujeres y muy superiores a ellas. Y al hacerlo, hemos dejado a la vista todas nuestras menudencias -lo diremos a la manera de David Niven-, nuestras patéticas, tristes y vergonzosas menudencias. Y ahora nos ha llegado la hora de aceptar las risas y las carcajadas por nuestras evidentes limitaciones. Y también nos ha llegado la hora de reconocer el mérito debido a cientos y a miles de mujeres, y agradecerles de una vez el sacrificio que en muchos casos han estado haciendo por nosotros (y aquí todos deberíamos recordar a nuestras madres, abuelas, tías y hermanas).

Pero todo esto, que es indiscutible, no nos debería cegar a varones y a mujeres sobre un tema que es muy importante. Porque hay un cierto feminismo que está fabricando una imagen totalmente falsa de la realidad actual. No es verdad que vivamos en un país dominado por unas mentalidades tétricas y antediluvianas que convierten a las mujeres en brujas por el mero hecho de vivir su sexualidad como les dé la gana. Y no es verdad que vivamos en un país donde las condiciones de vida de las mujeres son equiparables a la de cualquier país del Tercer Mundo. Hay una ideología, surgida en ciertas facultades americanas, que pretende culpar al hombre blanco heterosexual de todos los males de la humanidad. Pero las peores condiciones de vida para las mujeres se dan en países de África, de Oriente Medio, de Asia o de América Latina, aunque esa realidad indiscutible se oculte de forma sistemática en el discurso dominante del feminismo más radicalizado. En Uganda ni siquiera existe el delito de malos tratos contra la mujer. En Paquistán se aceptan de buena gana los crímenes de honor y los asesinatos de mujeres -y hay cientos de ejemplos más-, pero el discurso imperante en cierto feminismo sigue culpando exclusivamente a los hombres blancos heterosexuales de todos los males de las mujeres. Supongo que todo eso forma parte de un vasto proyecto cultural que pretende culpabilizar a los valores occidentales de la opresión femenina, al mismo tiempo que exime de toda responsabilidad a otras culturas que son mucho más machistas y autoritarias con la mujer. Y siento decirlo, pero si el feminismo mayoritario sigue ese rumbo ideológico se meterá en un callejón sin salida. Y de una forma u otra, ese feminismo basado en el odio y en el fanatismo también acabará enseñando sus menudencias.

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