El populismo de Podemos es una opción inicialmente compleja, en la que convivían dos almas que finalmente se ha escindido. Esquemáticamente, una de ellas, la que representaría Íñigo Errejón, propone una opción transversal, superadora de la dicotomía derecha-izquierda, que acaba de ser redefinida en París por su principal representante. En un acto en Science Pro, el centro de estudios políticos donde estudió Macron, se ha referido a una corriente europea "patriótica, popular y democrática" que debería trascender de los viejos postulados de la izquierda radical para volverse "conservadora" y "de orden", es decir, para conservar las instituciones y establecer un orden en que "los de abajo" sean protegidos de "los de arriba". En líneas generales, estos planteamientos tendrían su origen en el argentino Laclau y habrían sido introducidos aquí a través de Carlos Fernández Liria (en la obra En defensa del populismo) y, sobre todo, del más inteligible prólogo a este libro del también profesor Luis Alegre.

La otra alma de Podemos, que es la que encabeza Pablo Iglesias, está mucho más cerca de la izquierda marxista tradicional, y por ello se ha aliado con Izquierda Unida para representar una opción escorada a babor muy semejante a la que representó Anguita en su momento; una opción por fuerza marginal y minoritaria.

Para un demócrata convencido de la bondad del pluralismo, de que todos los problemas políticos y sociales tienen más de una solución posible y de que, como en el mercado, la competencia entre ideologías fomenta antagonismos creativos de los que emergen de tanto en cuanto síntesis evolucionadas sobre las que cabalga el progreso, la tesis de Errejón es inquietante, ya que a).-concluye en que es posible identificar las soluciones óptimas sin que hayan de competir en las urnas (eso proponía la tecnocracia franquista pero también todos los totalitarismos que en el mundo han sido), y b).-elimina por completo el sustrato utópico saludable que moviliza a las personas. En las democracias parlamentarias, hay valores y creencias con frecuencia tácitas pero reales que desarrollan su papel movilizador, que impelen a cambiar el mundo y que se canalizan a través de los partidos.

Quienes tenemos suficiente edad para recordar el franquismo, nos estremecemos cuando alguien nos dice que lo ideal es un movimiento superador de la vieja dicotomía entre derecha e izquierda, porque eso exactamente es lo que escribían los más curtidos falangistas en los libros de "Formación del Espíritu Nacional" para definir el Movimiento Nacional, nombre actualizado de la antigua Falange Española y de las JONS, el partido único. Y aunque tengo el más absoluto convencimiento de que Errejón es un demócrata intachable, no creo que la crisis de la 'vieja política', tan evidente en toda Europa, se resuelva en el centro del espectro, sino reconstruyendo la derecha y la izquierda, cuya competencia sigue siendo ilusionante y creativa.

La democracia no es una simple convención: es, ante todo, un sistema de resolución de conflictos, que no funciona en un régimen de partido hegemónico. Además, la tensión creativa que impulsa a los países hacia adelante ha de estar establecida entre los dos vectores clásicos, el que aspira a la libertad y el que da preferencia a la igualdad, vectores que han de ser personificados por partidos políticos que compitan entre sí y cuya alternancia asegure los grandes equilibrios a largo plazo. Las recetas mágicas e infalibles que insinúan que existen modelos cerrados, estáticos y perfectos capaces de organizar el mundo de la mejor manera posible son irreales y degeneran fácilmente hacia modelos autoritarios. La democracia es indisociable de la evolución, del cambio, de la lucha entre tendencias, de la competencia entre partidos y políticas, del contraste entre visiones diferentes del mundo. De alguna manera, la realidad es siempre bipartidista (al menos) y los híbridos centristas, las terceras vías populistas, las soluciones técnicas, o encubren un impracticable voluntarismo o terminan negando la pluralidad. Como en la Argentina de Perón o en la Venezuela de Hugo Chávez y sus epígonos.