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Nos quiero libres

Hoy paramos. Hoy, miles de periodistas de toda España secundamos una huelga para demostrar que, sin nosotras, muchos minutos de radio y televisión quedarían silenciados y muchas páginas de periódico no se imprimirían diariamente. Otras no paramos, porque consideramos que también es importante que lo contemos nosotras, que aprovechemos el amplificador que supone un medio de comunicación para -precisamente- alzar la voz por quienes no tienen la oportunidad de hacerlo. Razones no nos faltan. Según la reciente encuesta del Sindicato de Periodistas de Baleares, el 70 por ciento de nosotras no llega a los salarios más altos, porcentaje que -en el caso de los hombres- se reduce al 61. Nada nuevo bajo el sol, si no fuera porque se le añade un dato estremecedor: un 12 por ciento de mujeres periodistas declara haber sufrido acoso sexual en el puesto de trabajo. Un jefe demasiado baboso, comentarios despectivos de un compañero. O peor.

Pero hoy he venido aquí a hablarles de algunas de las cosas más importantes de mi vida. 8 de marzo, es el Día de la Mujer Trabajadora. Si pienso en ese nombre y ese adjetivo juntos -'mujer' y 'trabajadora'- me viene automáticamente a la cabeza la figura de mi madre. Se llama Juana María. No pudo estudiar más allá de la primaria, porque mis abuelos trabajaban en el campo y no podían sufragar los estudios de sus dos hijos. Como era costumbre entonces, el bachiller lo estudió el varón. Pertenece a esa generación de mujeres que cuidó de los niños y de los ancianos cuando enfermaban, porque -que lo hiciera ella- era lo que tocaba. Y, desde ahí, fue capaz de enseñarme el amor a la libertad.

A la libertad económica: me animó siempre a que estudiara cuanto más, mejor para no tener que depender de un hombre jamás. Me sacó a la vida a luchar y a trabajar duro para conseguir lo que quiero. A merecer las cosas como resultado de mi esfuerzo, no porque haya tenido que quitárselas a otro. O porque caigan del cielo. También me enseñó que no siempre todo va a salir bien. En mi generación, echamos de menos algo más de educación emocional. Pero, con los años, una se da cuenta de que nadie es responsable de no haber transmitido lo que no sabe, al menos de forma consciente. Y llega un momento en la vida en la que ya nada es culpa de los padres, o del entorno, o de lo que nos pasó. Somos nosotros los responsables de lo que hacemos con ello. Ahí está -probablemente- otra de sus mejores lecciones: toma tus propias decisiones, sé libre para defenderlas y valiente para aceptar todas sus consecuencias.

Así que les voy a decir una cosa: me enerva que con una mayor formación -el 91 por ciento de las mujeres que trabajamos en los medios de comunicación somos licenciadas- cobremos, de media, menos que nuestros compañeros. Porque los puestos de trabajo deberían estar remunerados según la formación y la capacitación de quienes los ocupan. Independientemente de si son hombres o mujeres. Me mosquea que, siendo la mitad de la sociedad, éste sea uno de los pocos días en que sólo opinamos mujeres, mientras que -durante años- nadie se ha extrañado de que las páginas de opinión de un periódico llevaran firmas únicamente masculinas.

Pero me parecería tanto o más insultante que ustedes pudieran leerme cada quince días por el mero hecho de ser una mujer. Aspiro, quiero, lucho por estar aquí porque mis artículos les resulten interesantes, aunque no estén de acuerdo con mi punto de vista. Como me sentiría menospreciada si me dijeran que -por ser mujer- no puedo ponerme una minifalda y trabajar de azafata porque me están 'cosificando' si mi decisión es libre. Oigan, que el cuerpo femenino es objeto de deseo lo sabemos desde la Venus de Willendorf -recientemente censurada en Facebook-, pasando por Las tres gracias o por Anita Ekberg en La Dolce Vita. Igual que el masculino: a ver si se creen que no hay búsqueda de la belleza en el David de Miguel Ángel, el Hermes de Praxíteles o cuando nosotras nos ponemos a (ad)mirar a Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino.

Como mujer, exijo que dejen de tratarme como si fuera menor de edad. Como si no pudiera tomar mis decisiones y acarrear con sus resultados. Incluso si eso supone preferir ser yo la que deje temporalmente el trabajo para cuidar de mis hijos -lo que sí es exigible es que cuando vuelva a mi puesto lo haga en las mismas condiciones y con idénticas oportunidades de prosperar-. O ser modelo, o actriz porno. Haríamos bien si -en lugar de intentar tutelar a las mujeres adultas- centráramos nuestros esfuerzos en ayudar a las que no tienen la suerte de decidir libremente porque son pobres, u objeto de trata de blancas, o viven en países donde la mutilación genital femenina es 'su costumbre'. Hoy soy libre de opinar lejos de lo políticamente correcto. Libre de no hacer huelga. O sí. Tal vez ahí radica el éxito del feminismo.

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