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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Lucía Patrascu, un crimen inevitable

La justicia ha archivado el caso contra los agentes de la Guardia Civil que atendieron a una mujer que se presentó en el cuartelillo del Port de Pollença porque tenía miedo de su marido, que le asesinó tres horas después. Una actuación impecable, o sea.

Hola mujeres. Nuestro regalo para este 8 de marzo consiste en el archivo hace una semana escasa del caso contra los guardias civiles que atendieron a Lucía Patrascu cuando acudió al cuartelillo del Port de Pollença para denunciar a su marido por malos tratos, cosa que no llegó a materializar. Eran las seis de la mañana, una hora que nos induce a pensar en el miedo que tenía después de una noche sin dormir, quién sabe. Se volvió por donde había venido, y sobre las diez, el hombre la apuñaló hasta la muerte en el balcón de su vivienda, y luego bajó a la calle a esperar serenamente a las fuerzas del orden que le detendrían. El criminal me da igual. No quiero saber cuánto tiempo pasará en la cárcel, ni si allí estudiará un módulo de FP, si se enamorará de nuevo, ni mucho menos me interesan los atenuantes que le permitirán hacerse viejo en libertad. Lucía Patrascu tenía 47 años cuando fue asesinada el 29 de mayo de 2016, y hoy, dos años después tenemos la respuesta a la gran pregunta: qué sucedió en esa hora y media que pasó en las dependencias de la Benemérita, a donde se supone que acudió en busca de protección, y de las que salió como entró, directa al degüello. Nada. No pasó nada de nada. Nada raro, fuera de los protocolos y las burocracias, nada que se pueda considerar una prueba de algún tipo de mala praxis, o comportamiento laxo, nada que nos ayude a proteger mejor a las víctimas en un futuro.

Una jueza ha dictaminado que una mujer acojonada se persona al amanecer en unas dependencias oficiales y luego se va para ser acuchillada hasta la muerte, pero nadie pudo evitarlo y se tomaron las precauciones oportunas, y se rellenaron los formularios correspondientes, y no se podía aventurar lo que ocurriría. Todo ok. Una fatalidad. Un asunto desgraciado. Los agentes que la atendieron no incurrieron en ninguna conducta reprochable penalmente, ni cometieron un delito de omisión del deber de perseguir delitos. Les denunció la familia de Lucía Patrascu, que no recibió en el asunto el respaldo de nuestro Govern paritario, ni mucho menos de la delegada del Gobierno. Si el feminismo es una fiesta no puede ir de funerales, ni meterse en asuntos escabrosos como investigar a fondo la calidad del amparo que se está dando a las víctimas de violencia de género que se sobreponen a su miedo y acuden a denunciar. Qué necesidad hay de tocar las narices a los estamentos del poder, cuando se puede organizar una investigación interna que enjuague su imagen. Nada. No pasó nada con Lucía Patrascu. Un crimen inevitable. Aquí paz y después gloria. Sigamos, pues, haciendo las cosas exactamente igual.

Así que, mujeres, estamos más solas que solas, este 8 M y los próximos. No vamos a reunir en las plazas para reivindicar que juntas somos una fuerza capaz de darle la vuelta a la realidad como un calcetín, y a lo mejor es cierto, pero cuesta trabajo creérselo. Somos muchas, pero no me quito de la cabeza a esa ciudadana saliendo del cuartelillo, tan sola hacia su extinción, y lo desamparados que han quedado los suyos reclamando justicia. De poco sirve hacer leyes y teorías, minutos de silencio y gestos una vez al año si a la hora de la verdad no se exige respeto a las mujeres con todas las herramientas del estado de derecho. El machismo mató a Lucía Patrascu, el machismo no la escuchó, el machismo no la quiso ayudar, y ahora el machismo ha cubierto su caso con una capa de silencio y le ha puesto un lazo. El machismo, con una ayudita de aquellas que tienen entre sus obligaciones la de cambiar las cosas. Sobre todo aquellas cosas que marcan la diferencia entre vivir y morir.

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