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Con otra cara

17 años

Quizá los de mi generación andamos en una espiral en la que, al poco de liberarnos de la tiranía de los padres, nos metimos en la de los hijos

¿No es esa falda demasiado corta para tu edad? -me suelta el otro día el crío cuando me estaba arreglando para salir a comer con unos amigos. Llegan a los 16 o 17 años y se convierten en los nuevos censores de tu vida. Que si no fumes, que si no bailes, que si dónde vas. No sé. No recuerdo yo que a su edad controlara la hora a la que llegaban mis padres ni si les olía el pelo a tabaco sino que, al contrario, eran ellos los que me esperaban con el reloj en la mano para meterme una bronca por no haber respetado la hora de llegada. Lo normal, vamos. Quizá es que los de mi generación andamos en una espiral en la que, al poco de liberarnos de la tiranía de los padres, nos metimos en la de los hijos.

Un amigo tiene otra teoría, y es que, aunque nos salgan canas, arrugas y michelines, en el fondo seguimos en los 17 años, y puede que tenga razón. La comida de la falda corta de la que les hablaba al principio, fue un reencuentro de compañeros de instituto. Algunos no nos veíamos desde hacía 30 años y otros no nos habríamos saludado de cruzarnos por la calle. Sin embargo, a los cinco minutos de vernos nos reconocimos en los gestos, la forma de hablar y la mirada, y a las dos horas parecía que no hubiera pasado el tiempo. Es curioso esto de los reencuentros. Hace falta una distancia de muchos años para que sean un éxito. Los suficientes para olvidarte de lo gordo que te caía el del pupitre de delante o del motivo por el que dejaste de hablar con esa compañera con la que durante un tiempo fuiste uña y carne. Luego los ves, con menos pelo y más kilos, a los que en su tiempo fueron amigos y compañeros de juergas y a los que ni entonces llegaste apenas a conocer, y tú misma te sorprendes del alegrón que sientes, y entras en un bucle temporal en el que vuelves a los 17 años, pero solo a lo bueno, en una exaltación de la añoranza y una inmersión, aunque sea durante unas horas, en aquellos tiempos de ligereza y expectativas de los que has borrado los malos rollos.

Ya de vuelta a casa y repasando las fotos del móvil, dudas de si, efectivamente, ibas demasiado corta, y al cruzar la puerta te encuentras con los tuyos preguntando por qué se te ha hecho tan tarde si dijiste que volverías después de comer y si te has pasado con la cerveza. Y es entonces cuando crees que efectivamente tu amigo tiene razón y, en el fondo, sigues en los 17.

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