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XI en el Olimpo

Cuando Fukuyama escribió que habíamos llegado al "fin de la Historia" con el triunfo indiscutible de la democracia liberal y de la economía de mercado que llevarían al mundo hacia la felicidad, lo hacía bajo la impresión de la desaparición de la URSS, del fin de la bipolaridad, de la caída del Muro de Berlín y de la que entonces parecía incontestada supremacía de los EE UU. Y es cierto que durante algo más de veinte años el mundo vio florecer democracias como nunca antes y un buen ejemplo lo tenemos en la América hispana. Todo empezó a cambiar con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 que mostraron los límites del poder norteamericano, luego confirmado en las guerras de Afganistán e Irak.

Hoy la democracia está en retroceso en el mundo desde hace ya unos años como confirman los informes de Freedom House. Hoy se afirman líderes autoritarios que llegaron al poder por las urnas pero que luego lo utilizan para mantenerse acallando la libertad de expresión, encarcelando a los críticos, difuminando la división de poderes y eternizándose en el poder. Claros ejemplos de esta tendencia son Vladimir Putin, que se turnó en el cargo con Igor Medvedev para retenerlo bajo su control, algo parecido a lo que hicieron los Kirchner en Argentina; o Recep Tayyip Erdogan, que ha modificado la constitución para eternizarse en el poder, igual que han hecho o pretendido hacer Maduro, Evo Morales y Correa. No son los únicos, pues el húngaro Victor Orban y el polaco Andrzej Duda exhiben también preocupantes tendencias autoritarias que no se preocupan en disimular, como tampoco lo hace Duterte en Filipinas. En la misma España vemos crecer actitudes intolerantes con condenas a raperos, secuestros de libros y censura de la creación artística, cuando el único límite de la libertad de expresión debería estar en la incitación al odio o a la violencia.

Y ahora le toca el turno a China. Allí el Partido Comunista Chino (PCC), que es el que corta el bacalao, va a modificar la Constitución para eliminar la norma de dos mandatos (diez años en total) y permitir que el actual presidente Xi Jinping pueda eternizarse en la presidencia del país. Xi es a la vez presidente de la República, secretario general del Partido (único) y jefe del Ejército en su cualidad de presidente de la Comisión de Asuntos Militares del PCC, pues allí el ejército es del partido y no de la nación desde que Mao vio con claridad que "el poder político florece en el cañón de un fusil" y decidió actuar en consecuencia. Tanta concentración de poder es peligrosa, como demuestra lo que ocurrió cuando Mao Zedong fue endiosado y no hubo nadie capaz de impedir locuras como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural, que se saldaron con decenas de millones de muertos y con un grave retraso para China. Consciente de los peligros del mando unipersonal ilimitado, Deng Xiaoping impuso una dirección colectiva en los siete miembros del Comité Permanente del Politburó que, como consecuencia, fue escenario de serios enfrentamientos. Esa línea de liderazgo colectivo y limitación de mandatos la continuaron luego Jiang Zemin y Hu Jintao. Hasta ahora.

El poder de Xi (64 años) es omnímodo y a partir de ahora también eterno. Roderick MacFarquhar, de Harvard, le llama "el emperador rojo" y no le falta razón. Y además Xi asciende al Olimpo marxista chino porque su pensamiento se inscribirá en el preámbulo de la Constitución al nivel de las enseñanzas del mismo Mao y por encima de Deng, autor del célebre eslogan de "un país, dos sistemas" que tan buenos resultados ha dado. Su "socialismo con características chinas" está ya en todas las radios, televisiones, carteles y escuelas del país. Se basa en un fuerte componente nacionalista para hacer de China una gran potencia con influencia mundial a mitad de siglo, cuando se celebre en 2049 el centenario de la República Popular, con iniciativas como reforzar las Fuerzas Armadas para extender su dominio sobre el Mar de China, o invertir más de un billón de euros en el gran proyecto comercial de la nueva Ruta de la Seda; en reforzar el control del PCC sobre todos los aspectos de la vida china, desde los negocios a la educación y la cultura; y, en tercer lugar, en un refuerzo de su propio liderazgo por pensar que es él mismo, el propio Xi Jinping, quién está llamado a llevar a cabo esta transformación con una especie de paternalismo mesiánico que necesita estabilidad y que encuentra su raíz última en las enseñanzas de Confucio sobre ley, orden y respeto a la autoridad.

Hay quién se pregunta el por qué del momento elegido, cuando está a punto de acabar su primer mandato y aún le quedaría otro hasta 2023. La respuesta es que ahora se siente fuerte y mejor evitar riesgos potenciales como una confrontación militar en Corea del Norte o malos resultados económicos. Y es que nunca de sabe y ya dicen los franceses que hay que moldear el hierro cuando aún está al rojo y nosotros decimos que al que madruga, Dios le ayuda y que el que da primero, da dos veces. Puede que Xi conozca nuestro refranero.

Así que prepárense para ver el ascenso a los cielos del camarada Xi, en olor de multitudes, durante la Asamblea Nacional Popular que se reunirá a partir del próximo martes. Y nunca sabremos si a los chinos todo esto les parece bien porque nadie se lo ha preguntado.

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