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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

De Forges a Valtonyc

Estábamos en una entrega de premios de la revista Reseña de literatura, arte y espectáculos, en el local del ICADE madrileño, a mitad de los setenta. Y la estrella del acto era Genovés, autor del célebre cartel sobre la amnistía, ritornello obligado en aquellos momentos, hasta que se consiguió. En un rincón del salón, descubrí a un tipo con gafas de pasta, jersey de cuello alto, pantalones con raya perfecta, apoyado en la pared como si la cosa no fuera con él. Me acerqué y me presenté, y resultó ser Antonio Fraguas, alias Forges. Me dijo estar sorprendido de que una revista de jesuitas premiara nada menos que a Genovés por su cartel, y le invité a vernos otro día para charlar de los jesuitas y sus diferentes tareas en el campo cultural y universitario. Pero el encuentro nunca se produjo. Era alérgico a los actos públicos. Además, tal y como me comentaron, llevaba una existencia entregada al trabajo sin descanso.

Pero confieso que, desde siempre, he sido un rendido admirador del creador de Blasillo en la meseta, sobre todo cuando comenzó a publicar en El País de forma definitiva. Mientras El Roto era el malo, malísimo, Forges era el bueno, buenísimo, desde el punto de vista del estilo y de la esperanza. Hasta hoy mismo, conocedor de su muerte no repentina pero si callada. Dios mío, marchan los mejores, aquellos que reconciliaron, que nunca agredieron, y que perdurarán muchos más años que los destructores de personas, vidas y haciendas. No tengo la menor duda. La explosión seduce pero pasa. La discreción nunca seduce pero deja poso. Delibes, Martini, Merkel, Arrupe.

Ha pasado el tiempo desde aquel encuentro fortuito, y resulta que llevo días inundado del rapero Valtonyc y la sentencia con sus años de cárcel. Le seguí la pista cuando el estruendo de su intervención rapera. Leí las letras de sus canciones, o lo que sea, mientras nuestra sociedad se dividía entre acusaciones y aplausos demasiado emocionales y también ideologizadas. Se ocultó mientras la justicia preparaba la sentencia. Y de pronto, nos enteramos de que el varapalo es de antología. cuando su intervención, el aspecto era demoledor, agresivo y feísta, pero en estos momentos lo ha modificado por otro de hombre joven, sin estridencia alguna, una persona a la que nadie imagina lanzando invectivas pasadas, Hay que ver de qué manera las situaciones imponen modas, Y la sentencia se ha transformado en una segunda confrontación, resuelta con un humor devastador, inteligente y por supuesto del todo educado en su ironía, de Eduardo Jordá hace fechas en este mismo diario, la cuestión: hasta qué punto nos alcanza la libertad de expresión, sin citar jamás la libertad de prevención. Algo así como el debate sobre si hay o no hay presos políticos en Cataluña, que desemboca en el desplante al Rey de las mayores autoridades catalanas en un gesto perfectamente estudiado. Como los exilios dorados de Puigdemont y la feroz Anna Gabriel. Por supuesto, soy de los que piensan que de presos políticos, nada de nada, y del exilio, menos de menos. Cargar con las consecuencias de las propias acciones nunca ha sido comida grata en España. Derechos sí, deberes no.

En este país nuestro sigue en los garrotes de Goya, como si el diálogo no fuera con él. Forges ha merecido un lagrimeo nacional que pasará muy pronto, si bien aparecerán mañana mismo volúmenes con viñetas del maestro, además de alguna biografía asequible. Una vida en un volumen transitorio, Ya ven. Pero, por edad e intención además del curso judicial , el amigo Valtonyc seguirá en el candelero porque está vivo, porque es una estrella de una causa, y sobre todo porque sus letras satisfacen a grupos de personas, menos de las creíbles, encargadas de demoler todo lo construido en pro de una alternativa absolutamente desconocida, salvo en afirmaciones imposibles. Cuestión que para nada se centra en los años que le han caído a nuestro rapero, sino en algo más universal: la victimación del personaje como mitificación de unas ideas. Claro está que, para nada me gusta que la gente esté en la cárcel, pero pienso que de alguna manera se ha de poner coto al "todo vale", pasando del respeto a cada quien. Ser rapero no justifica la demolición. Y la libertad de expresión, insisto, se da de bruces con la libertad de prevención, que afecta a la dignidad personal y al bien común.

Ya ven el camino recorrido desde los setenta a los actuales años de pasiones incontroladas. Desde la elegancia, la discreción y la contienda entre iguales, al golpe bajo, a la risa vacía y al marcaje con escraches lingüísticos sin término. De Forges a Valtonyc. Y por favor, no se olviden del cartel de la amnistía. Del abrazo.

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