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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

Callejear

Me dio pereza atravesar aquella avenida porque la acera de enfrente quedaba un poco lejos. Así que decidí dar la vuelta y regresar al hotel por la misma ruta por la que había llegado hasta allí. Hacia la mitad del recorrido sentí una frustración enorme por esa renuncia. Quizá al otro lado me aguardaba un suceso capaz de modificar mi vida. ¿Qué habría sido de ti si tu padre, porque llovía, se hubiera quedado en casa el día que conoció a tu madre? Pensé también en mis hemisferios cerebrales, separados y unidos a la vez por el cuerpo calloso, e imaginé una idea a la que le diera pereza saltar del uno al otro por las mismas razones por las que yo no había atravesado la calle.

Volví, pues, sobre mis pasos dispuesto a superar el trance, pero me quedé paralizado de nuevo en el borde de la acera mientras la gente iba y venía evitándome, pues me convertí enseguida en un estorbo. El semáforo se cerraba y se abría siempre al mismo ritmo, aunque la circulación rodada cambiaba de intensidad con el paso de las horas. Vi pasar un Audi negro conducido por el diablo, que me hizo una seña ininteligible con los dedos de la mano derecha. Al atardecer, un tipo encendió a mi lado un Camel cuyo humo aspiré con evidente gusto, tanto que el tipo me miró como si se lo estuviera robando. El humo, digo, como si le estuviera robando el humo. La gente no está bien.

Ya era noche cerrada cuando logré abandonar mi puesto y emprender por fin el regreso al hotel sin haber alcanzado el objetivo del día. Por el caminó imaginé que se producía una arruga en el espacio-tiempo, de modo que, a la vez de ir, me venía venir. Y, en efecto, me crucé con un individuo que se parecía a mí y que me dijo adiós con familiaridad. Estuve a punto de seguirle, para ver qué hacía al llegar al cruce maldito, pero me había dado la hora de tomar la medicación, que guardaba en la maleta, y seguí adelante. Apenas me dio tiempo a darme una ducha y cambiarme de ropa, pues había quedado en cenar con unos colegas que cuando llegué al restaurante ya estaban sentados a la mesa. Me preguntaron qué había hecho durante todo el día y les dije que callejear.

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