Hace tiempo que tengo claro que eso de tener un sitio en casa al que trasladar aquellas cosas que ya no usamos es un problema. Podría hacer un listado de las desventajas de tener ese espacio, pero me centraré en la más importante: se acumulan trastos que no sirven para nada y que adquieren entidad y espacio propio durante un tiempo generalmente muy largo. Como los trastos a veces sobreviven a sus propietarios, la tarea de recuperar ese espacio le cae a otro. En el peor de los casos, como única herencia.

Pues eso es lo que me pasó a mi: casi sin darme cuenta empecé a tener ese espacio vacío completamente lleno de cosas acumuladas, durante un tiempo más largo de lo que me habría gustado. Nunca veía el día de llamar a Emaya para que vinieran a buscarlas. Como además tenían que ser solo tres objetos los que se podían llevar cada vez, pues la cosa se me hacía interminable y lo iba dejando y dejando. Dicen que cuando las cosas pueden empeorar, empeoran. Y empeoraron para mí cuando supe que Emaya ya no recogía los trastos en casa y había que dejarlos fuera, en la calle. Los contenedores se llenaron de trastos que algunas veces desaparecían enseguida y en otras ocasiones quedaban ahí, en la calle, mostrando en abierto las miserias de sus propietarios. No sabía si el problema era que no se podían dejar ahí, que no se dejaban a la hora o el día adecuado, o qué era lo que sucedía para que hubiera tantos trastos juntos. El caso es que de ninguna manera estaba dispuesta a sacar las cosas acumuladas en ese espacio de mi casa que nadie ve. Mejor ahí, amontonados, que expuestos en plena calle me decía.

Una mañana me levanté dispuesta a deshacerme de todos los objetos acumulados que ya no necesitaba y llamé a Emaya. De toda la información que recabé, lo que más me convenció, aunque pueda resultar un poco incómodo, es que podía llevar esos cacharros a un punto verde y que había varios en la ciudad. Como sigo pensando que eso de dejar trastos fuera no va conmigo, o al menos mientras no esté plenamente segura de que solo permanecerán ahí un tiempo mínimo y no se quedarán para los restos, elegí un punto verde no muy alejado de casa. Así, poco a poco he ido llevando al punto verde todas las cosas que había ido acumulando, y ahora dispongo de un nuevo espacio vacío que espero no volver a llenar de cosas inútiles. También me ha dado información para saber que debo elegir con más cuidado la calidad de los electrodomésticos que compro, porque las planchas y los aparatos de hacer batidos salían de todas las partes del montón.

En la zona donde vivo no veo ahora muchos trastos. Haciendo memoria recuerdo haber visto estos días un mostrador vintage improvisado en la calle: una alfombra apoyada en la pared, un armario de madera al lado del contenedor junto a algún cubo de pintura? En fin, desde mi punto de vista, además de la seguridad, la limpieza es uno de los elementos importantes que definen a los barrios, a la ciudad y a sus ciudadanos. A veces veo en las redes sociales fotos de trastos y suciedad y leo palabras malsonantes sobre los vecinos responsables de ello. Son indicadores de la indignación de los vecinos respecto a la suciedad acumulada en la prolongación de sus casas. En positivo diría que hay que facilitar la vida a los ciudadanos y a la comunidad, crear sistemas ágiles que posibiliten el ejercicio del deber de limpiar y el derecho a tener una ciudad limpia en la que sentirse cómodo y orgulloso de ser parte de ella. La información, el modelado de comportamiento cívico, la buena organización, el seguimiento de las acciones de limpieza y la aplicación de la normativa cuando sea necesario son cuestiones fundamentales. El ejercicio de la ciudadanía se aprende y por eso se puede y se debe enseñar. Mientras tanto, yo he encontrado mi solución en el punto verde. Ahora soy una fan.

* Catedrática de Universidad en la UIB