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Trump el destructor

Francisco Basterra reproducía hace unos días una estremecedora reflexión del historiador de Yale Tom Snyder: "¿Por qué la democracia es una buena idea si nos lleva a elegir a Trump?"

La multipolaridad que ha sucedido a la guerra fría no se ha caracterizado por el pensamiento único ni ha resultado ser, ni mucho menos, el fin de la historia. Antes al contrario, la democracia occidental que ha caracterizado desde 1945 al bloque atlántico -Europa y Norteamérica-, está conviviendo con regímenes magmáticos y confusos, pero desde luego no democráticos, en Rusia y China, que son demográficamente dominantes y que están consiguiendo un peso económico creciente. La bipolaridad ha dado paso a la ambigüedad.

En estas condiciones, cuando la democracia política en la que se residencian las grandes libertades ya estaba siendo amenazada por el populismo demagógico (que ha logrado victorias desconcertantes como el 'brexit'), la irrupción de Trump ha supuesto una catástrofe moral para nuestro ámbito, que ya no puede exhibirse con orgullo ni mostrar al mundo con intención pedagógica nuestros hasta hace poco acogedores Estados de Bienestar. Así las cosas, es urgente que los EEUU rectifiquen el rumbo y reconstruyan su modelo de representación, si de verdad la democracia posee internamente capacidad de autorregulación.

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