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FIGURACIONES MÍAS

Odiamos los cambios

Qué poco nos gusta a los seres humanos que nos digan lo que tenemos que hacer, y ya ni te digo si somos baleares. La presidenta del Govern y el conseller Marc Pons presentaron hace unos días el ambicioso contenido de la Ley de Cambio Climático y ya se les ha echado encima media población de las islas. Nos pasamos el día escandalizándonos por el avance implacable del calentamiento global y quejándonos de unos políticos inoperantes y haraganes que no hacen nada por detenerlo y, sin embargo, cuando empiezan a aparecer propuestas que llevan aparejadas restricciones de nuestra libertad de elección se nos nubla la vista y ya nos importa un pimiento el futuro, el planeta y el cosmos entero.

La nueva ley del Govern apuesta por un parque automovilístico totalmente eléctrico que debería estar implantado en 2050, dentro de treinta y dos años. Muchos de los que protestan harían bien en hacer cálculos: seguramente para esa fecha ya les habrán retirado el permiso de conducir. Las generaciones que ahora van al colegio, en cambio, crecerán cada vez más familiarizadas con el transporte eléctrico y con las energías renovables, por lo que los cambios en este sentido no serán, para ellos, tan traumáticos.

El borrador de la nueva ley, a la que espera una larga y previsiblemente complicada tramitación, quiere cerrar la central de carbón de Es Murterar, esa reliquia contaminante que todavía humea en Mallorca, reemplazar el actual alumbrado público por otro de bajo consumo e instalar placas solares en las nuevas naves industriales, entre otras medidas.

Obviamente, los primeros que se han llevado las manos a la cabeza han sido los sectores más directamente afectados por las medidas que incluye la ley: los concesionarios de automóviles, los rent a car y la patronal de las gasolineras. Pero se trata de una ley a cuyo mandato no escapará nadie: todos tendremos que adaptarnos a ella tarde o temprano, aunque no consiga ser aprobada en esta legislatura, aunque las próximas elecciones nos traigan un Govern de derechas que la retire. Da igual. El planeta se va al carajo y por algún sitio hay que empezar a paliar los brutales efectos del cambio climático. Vivir de espaldas a ellos no significa que no existan.

A mí tampoco me gustan los cambios y me fastidia lo indecible hacer obras en el garaje de casa para instalar una toma de corriente que me permita enchufar el automóvil por las noches. Teniendo en cuenta que día sí, día no, me olvido de recargar el móvil y salgo a la calle con un 32% de batería, no quiero ni pensar cómo será mi relación con el coche eléctrico. Para ir a hacer un recado a Marratxí me tiraré tres días. Pero, como siempre en la vida, habrá que adaptarse y cambiar, teniendo claro que la civilización solo avanza cuando se atiende al bienestar general por encima de los intereses particulares. La alternativa es alinearnos con las teorías de mi padre, el cual, cuando se le reprochaba que no separaba la basura para contribuir al reciclaje, solía decir: ¿Reciclaaaar? ¡Ya os arreglaréis! Cuando se derritan los polos yo estaré bien muerto.

A excepción del cuñado meteorólogo de Rajoy, los científicos llevan décadas intentando comprender el fenómeno del calentamiento global. Han tenido que lidiar con las burlas y la incomprensión de las grandes corporaciones, que han negado hasta la extenuación que los gases invernadero emitidos por los humanos sean la causa del cambio climático. Pero lo son. Y ya es incontestable que la mayor parte provienen de la acción de los combustibles fósiles de coches, fábricas y eléctricas.

La ley del Govern presentada esta semana tenía que llegar, aunque para muchos sea demasiado pronto y para otros, demasiado tarde. Aun así, espero que nuestros políticos -todos- se den cuenta de su urgencia, pero también de la necesidad de no abundar en las medidas puramente coercitivas -prohibir, obligar y multar- ni de dejar exclusivamente sobre los hombros de los ciudadanos todo el trabajo y toda la responsabilidad. La Administración tendrá que poner los medios a su alcance para que los cambios sean lo menos traumáticos posible y eso incluye mucha información, asesoramiento y ayudas públicas.

Y como dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, sino la única (dicen que dijo Einstein), mi primer deseo como ciudadana es que los coches oficiales sean los primeros en adaptarse a los nuevos tiempos, y que las sedes de las conselleries, hasta hoy un prodigio de derroche energético, se conviertan en edificios eficientes y sostenibles.

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