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Dos ahogados

De madrugada comenzó a llover y casi los arrastra la crecida. Habían acampado en el ribazo del río y el cielo estrellado no auguraba la tormenta que se desató. Años después todavía recordaban la aventura, aunque hubo muchas otras que movían a risa con la perspectiva de su madurez: el autoestopista de oscuras intenciones a quien hubieron de obligar a bajar del coche, un dromedario empeñado en morder su pierna o la carrera de ella, monte abajo, cuando durante el solitario paseo fue sorprendida y acosada por un lúbrico campesino.

1.- Informe de autopsia. Mujer de edad entre 70 y 75 años. Signos de discreta arteriosclerosis e insuficiencia cardíaca moderada. Pulmones encharcados. No se aprecian otros signos de violencia que los correspondientes a traumatismos atribuibles al arrastre por las aguas. Probable causa de muerte: asfixia por inmersión.

2.- Informe de autopsia. Varón de edad entre 75 y 80 años. Úlcera gástrica cicatrizada. Periartritis escapulohumeral izquierda. Neoplasia de próstata con afectación de vesículas seminales y cuello vesical. Pulmones encharcados. Traumatismos aparentemente producidos por la misma causa. Fractura de hueso temporal. Probable causa de muerte: asfixia por inmersión.

-Cuando volvía de cenar con las amigas, él la esperaba despierto aunque aparentaba dormir en cuanto oía la puerta, no fuese a ironizar sobre una dependencia siempre negada. Le preguntaba por lo que veían cuando paseaban, aunque era por completar su impresión estética, decía. Tampoco sabía volver por segunda vez a la misma calle (hablaba de comprar un GPS) y lo atribuía al hecho de ser zurdo aunque en contrapartida, le aseguraba, había estudios que demostraban una preclara inteligencia en tales casos. Ella asentía con sorna pero fiaba al criterio del marido los libros que compraban, aquellos que leía y, después de cenar, era presa de una dulce somnolencia que arrullaban sus monólogos. Después, en la oscuridad del cuarto, se tomaban de la mano en espera del sueño.

-El cáncer no modificó sus hábitos. Siguieron con las escapadas en fines de semana, algún que otro viaje más largo e incluso mantuvieron las caminatas a cualquier rincón donde bañarse solos; donde charlar sin testigos cuando caía el sol. Antes, también el sexo sazonaba aquella compartida felicidad, pero la edad apaciguó sus cuerpos. Así, el tratamiento hormonal a que fue sometido y la pérdida de su libido no supuso un cambio sustancial. Tardaban más en llegar por la pérdida de masa muscular lo que implicaba únicamente concederse más tiempo, pero aún lo tenían. Fue al año siguiente cuando la sonda urinaria dificultó sobremanera los paseos. Después, le dijeron que sus huesos estaban afectados, las pastillas habían agotado su efecto y habría que iniciar un tratamiento intravenoso. Ella también andaba con las fuerzas mermadas y ambos se dolían con algún que otro gesto en los repechos.

-Debieron ser arrastrados inadvertidamente porque la corriente era muy suave, la cascada de unos escasos 4 o 5 metros y, en su inicio, tantas piedras que incluso un niño podría hacer pie y alcanzar la orilla saltando sobre ellas sin dificultad. El pescador los encontró en el primer remanso tras el salto, detenidos por las raíces de un aliso. Estaban boca abajo, y tan juntos que sus blancos cabellos se entrelazaban simulando una nube reflejada desde lo alto.

-Aquella tarde y contra su costumbre, fue la mujer quien se metió primero. También sin bañador, contra su costumbre y, a los pocos minutos, le instó a acompañarla de igual suerte. Parecían los jóvenes de antes, de cuando la riada casi los arrastra. Se abrazaban, se besaban y ella dio unas brazadas. El hombre no, por sus lesiones. ¿Y si nos fuésemos ahora? -le propuso mirándola.

-¿Adónde?

-Quién sabe€ Río abajo. Juntos. A casa no, porque tal vez no podamos volver nunca a estar así. Al fin y al cabo, sólo nosotros nos esperamos.

No volvieron a proferir palabra y se abrazaron, desnudos, al tiempo que sonreían. Después se dejaron llevar, las manos entrelazadas. Pasada la catarata, ella salió a la superficie. Vio la cara de su marido bajo el agua y parecía mirarla sin pestañear. Se sumergió, lo rodeó de nuevo con sus brazos y así permaneció, los labios de ambos en comunión.

"Nos marcharemos juntos", rezaba la nota que encontraron sus hijos entre otros papeles. Debieron escribirla tiempo atrás. O quizá la noche anterior.

Para terminar y por tratarse ésta de una columna de opinión, apuntaré que algunas muertes, aun tratándose de desconocidos, humedecen las mejillas y encogen el corazón.

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