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Gran Fuga

Escucho la Gran Fuga, uno de los últimos cuartetos que compuso Beethoven al final de su vida, cuando estaba prácticamente sordo y muy enfermo y se había peleado con todo el mundo. La Gran Fuga se estrenó en 1826 y no gustó a casi nadie. Un crítico acusó a Beethoven de haber escrito una pieza "en chino". Otro dijo que aquella composición no era música, sino un Armagedón apocalíptico. Otro dijo que había que estar loco para entender aquella música. Pudiera ser. A mi padre, en cualquier caso, le gustaba mucho este cuarteto de Beethoven y me solía hablar de él. Recuerdo que lo escuchaba a todo volumen, en su despacho, porque se había quedado tan sordo como Beethoven -a veces, cuando mi padre lo escuchaba, me entraban ganas de gritarle que aquello era un Armagedón en chino sólo apto para un loco-, pero ahora es una de mis piezas favoritas. Y hoy, al escucharla otra vez, me he acordado de mi padre escuchándola en su despacho. Y como una cosa lleva a otra, también se me ha ocurrido preguntarme qué habría dicho mi padre -médico durante 45 años en los hospitales de la Seguridad Social de Palma- acerca de la polémica sobre el decreto que exige el nivel B-1 de catalán a los médicos y enfermeras y al personal auxiliar. Mi padre murió hace dos años, o sea que no tuvo tiempo de enterarse de esta exigencia, y además, se había jubilado en 1998. Todo le pillaba ya un poco lejos, pero aun así, me hubiera interesado saber su opinión.

Ante todo, porque mi padre hablaba un catalán magnífico ("catalán no, mallorquín", decía él, y muchas de nuestras interminables polémicas versaban sobre estas cuestiones de dialectología). El caso es que lo hablaba muy bien, y lo hablaba casi siempre con sus enfermos, aunque no tenía ningún inconveniente en pasarse al castellano -que también hablaba muy bien- si el paciente no era mallorquín o prefería expresarse en castellano. Entonces, si ya hablaba el catalán, y muy bien, ¿por qué tenía que aprobar un examen y sacarse un certificado? La respuesta es evidente: para que tuviera unas nociones mínimas de gramática y ortografía. Vale, de acuerdo, pero ¿para qué exactamente? ¿Con qué objeto? ¿Y en qué podía mejorar su práctica como médico y cirujano ese nivel B-1 de catalán? Que conste que estoy imaginando las preguntas que mi padre le haría al funcionario de la conselleria de Salut si un día le comunicaran que el doctor Jordá López tenía que aprobar un examen si quería seguir siendo un trabajador público del IB-Salut (o médico del Seguro, como decía mi padre, que prefería la forma antigua de denominar su oficio). Porque estoy seguro de que diría estas cosas, tal cual: "¿En qué va a beneficiar al enfermo que yo tenga el B-1 si toda mi vida he hablado el catalán de La Vileta, tal vez contaminado por el catalán medio palmesano y medio manacorí de mi esposa? ¿Seré mejor cirujano? ¿Seré mejor médico? Lo dudo mucho".

Todo el mundo sabe que en Balears hacen falta médicos y personal sanitario -que les pregunten a los ibicencos-, así que imponer el conocimiento del catalán como requisito, en vez de mérito, sólo se puede entender como una imposición más de un vasto proyecto de ingeniería social. Y un proyecto, además, que sólo está respaldado por el 20% de los votos, siendo muy optimistas. En el caso de Més (13% de los votos en las elecciones autonómicas del 2015) es comprensible que quieran imponer el decreto: sueñan con una sociedad a ser posible monolingüe y a ser posible construida a imagen y semejanza de la catalana, con sus mismos objetivos y su mismo predominio absoluto del catalán en todos los órdenes de la vida pública (la independencia, como es lógico, es el objetivo final del proyecto). Por supuesto que se trata de un proyecto legítimo y es normal que sus seguidores lo persigan. Ahora bien, no creo que la mayoría de votantes del PSIB ni de Podemos lo respalden, a pesar de que sus dirigentes se hayan manifestado a favor, al menos hasta que han empezado a darse cuenta de que les podía salir caro en las urnas.

? Sé que el catalán tiene que ser defendido y protegido, sí, pero no creo que deba hacerse a costa de poner en peligro la calidad de la Sanidad pública. Mi padre empezó a trabajar en la Seguridad Social en 1955 y se jubiló en 1998. Le dedicó prácticamente toda su vida, y cuando se jubiló se propuso hacer una tesis sobre el funcionamiento del hospital de Son Dureta desde su inauguración hasta su cierre. La hizo. Ahora le obligarían a sacarse un B-1 si pudiera seguir trabajando. Y supongo que su enfado y su sensación de aislamiento -y su sordera ante algo que le parecería incomprensible- serían tan formidables como las que sentía Beethoven cuando compuso su Gran Fuga.

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