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Consentimiento

Es importante esta palabra: consentimiento. Un término resbaladizo del que hemos abusado y al que hemos malinterpretado. Si nos ceñimos al ámbito jurídico, el consentimiento es una forma de exteriorizar la voluntad entre dos o más personas para aceptar derechos y obligaciones. Ante una determinada propuesta, uno tiene la capacidad de conceder, permitir y otorgar. Si nos centramos en el consentimiento sexual, la cosa no está tan clara. Hay una zona gris en la que se pueden confundir el consentimiento con la resignación, con ese silencio expectante en el que pueden convivir el rechazo con la atracción. La afirmación con la negación. En las relaciones sexuales no es fácil poner en claro qué es lo que desea uno o el otro. El consentimiento, a veces, tiende a ser asociado a una cierta pasividad, a un silencio sumiso. Sin embargo, el consentimiento no se entiende sin una aceptación o negación libres. En el ámbito anglosajón, el consentimiento sexual tiene más que ver con una especie de contrato verbal que explicite los deseos de cada cual con el objetivo de evitar cualquier zona gris o ambigua. En este caso, callar no siempre es otorgar, aunque ambos verbos puedan identificarse. En definitiva, si no hay un consentimiento explícito por ambas partes la relación sexual puede derivar en violación o, por lo menos, en abuso. Del "no es no" vamos desembocando en el "sí es sí."

Pero la vida es confusa y caótica, y en el instante del abrazo los contratos pueden fácilmente ser rescindidos. Un inicial "no es no" puede derivar sin excesiva dificultad en un "sí es sí" o, en fin, en un "no, pero sí." O a la inversa, en un "sí, pero no." En fin, que los amantes van poniéndose de acuerdo sobre la marcha, anulando artículos o añadiendo cláusulas. Reglar en demasía puede ser contraproducente al restar aventura al encuentro. Al medirlo todo, se evita el efecto sorpresa y la espontaneidad que, en general, reina en el territorio del erotismo. Eso sí, al detallarlo todo de manera minuciosa, se pretende desactivar el erotismo "peligroso", ése que puede degenerar en abuso, violación y daño. Queda registrado todo lo que es aceptable entre los amantes. Por otro lado, se trata de una visión muy optimista e higiénica del ser humano, ya que éste podría romper el contrato verbal en cualquier momento. Y para comprobar esa falta, habría que contar con testigos presenciales del acto sexual, lo cual es complicado. Quedaría, como en muchas ocasiones, en un duelo entre la palabra de uno y la palabra del otro. Pero, en fin, habíamos quedado que todo contrato se firma entre personas adultas, responsables y no sujetas a coacción.

A cambio, tenemos una impecable corrección erótica en donde todo está tabulado desde el principio. Pero también es cierto que verbalizar en un tono jurídico y contractual todo lo que uno va proponer en el terreno sexual no es tarea fácil. He aquí el juego erótico, de difícil reglamentación. Un contrato sexual ¿podría incorporar prácticas dañinas o crueles, siempre con el consentimiento de las partes? Siguiendo la lógica del consentimiento afirmativo, habría que aceptar ese contrato en el que cabe la posibilidad de daño o, por lo menos, un daño que además causa placer. ¿Cómo entrar ahí y con qué derecho? La clave, de nuevo, es esa palabra que encabeza el artículo: consentimiento. Un consentimiento que no debería confundirse con resignación o silencio de la víctima. Pues aquí, no hay consentimiento, sino dominación. Y la sumisión no es sinónimo de consentimiento, aunque durante mucho tiempo hayamos confundido los términos. El consentimiento es un acto de libertad. En cualquier caso, hay una pregunta que queda resonando en el aire: ¿dónde acaba el deseo y empieza la dominación, en fin, el poder?

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