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Las siete esquinas

Haciendo cola

Nadie está a salvo de verse un día viviendo con una pensión o una ayuda miserable que no le permita pagar la electricidad ni la comida

yer, mientras hacía cola en el supermercado, iba repasando los titulares de prensa en el móvil. La polémica de MeToo, las "portavozas" de Irene Montero, los resultados del fútbol, Évole y Villar, la exigencia del B2 de catalán para todos los sanitarios de Balears, el gran Antonio Escohotado en el programa de Risto Mejide, la enésima repetición del Día de la Marmota del "procés" catalán, en fin, estas cosas copaban los titulares. Y de repente me di cuenta de que en la otra caja del súper estaban haciendo cola unos clientes que yo no había visto nunca y que seguían un procedimiento que yo tampoco había visto nunca: la cajera los identificaba en una lista, luego cargaban carros enteros de comida y al final pagaban con un vale. Evidentemente, eran gente de un comedor social o que se beneficiaba de ayudas sociales.

Me fijé en ellos. Un padre joven con un bebé, una pareja con pinta de "okupas", dos ancianos tambaleantes, un vagabundo al que yo había visto durmiendo en la calle (joven, con pinta de profesional arruinado por la crisis o un divorcio o una crisis nerviosa, o quizá todo a la vez), más ancianos, una mujer con una hija con una grave deficiencia mental, un hombre que parecía inmigrante por su forma de hablar. En total, quince o veinte personas. En un momento dado, el bebé que el padre joven tenía en brazos empezó a llorar. El hombre se fue a pasearlo por delante de las demás cajas y todo el mundo se fijó en él. "Qué rico", dijo una señora. "Qué mono", dijo otro, de manera puramente mecánica. Pero al padre no le hizo gracia exhibirse de aquella manera. Debía de ser muy duro vivir gracias a los bonos sociales y los vales de comida, así que se le veía avergonzado mientras intentaba tranquilizar a su bebé. Enseguida que pudo volvió a su fila, en la otra caja, aunque el niño seguía llorando. Una vez lo vi mirándonos de reojo a los que estábamos en la cola "respetable", la cola de los que podíamos pagar por nuestra comida. Me pregunté qué debía pensar de nosotros, qué clase de gente le parecíamos, qué cosas creía que hacíamos para vivir. Luego la cajera encontró su nombre en la lista y el hombre se pudo ir con su bebé a cargar el carro de la compra. De vez en cuando se oía el llanto del niño, pero ya no lo volvimos a ver. Y entonces, de sopetón, me pregunté qué haría yo si alguna vez me tocaba estar en la cola esperando los vales de comida. Porque nadie, si lo pensamos bien, puede estar seguro de que un día no acabe haciendo cola para recibir un vale de comida. Estas cosas ocurren. Y si esto sucediera, ¿qué haría? ¿Cómo miraría a los demás clientes del súper? ¿Qué cara pondría y qué cosas les diría a los demás compañeros de infortunio? ¿Les mentiría? ¿Les diría la verdad? ¿O me inventaría unas circunstancias truculentas que no tuvieran nada que ver con las reales? Me gustaría saberlo.

El caso es que no podía haber mayor contraste entre aquella cola de gente y las noticias y los comentarios que uno veía en Tuiter o en su Whatsapp o en los resúmenes de prensa que me llegaban al móvil. Nadie quiere ni oír hablar de la pobreza, pero la pobreza está ahí y le puede tocar a cualquiera. Por fortuna contamos con mecanismos de protección -esos vales de comida lo prueban-, pero nadie está a salvo de verse un día viviendo con una pensión o una ayuda miserable que no le permita pagar la electricidad ni la comida. En muchos casos, sin ayuda familiar o sin tener unos mínimos bienes, la pobreza es una realidad mucho más factible de lo que nos gustaría imaginar. Quizá muchos de los que hacían cola en la caja de los vales no se imaginaron jamás que un día acabarían así. Quizá pensaron que tendrían una vejez aburrida y tranquila, o que encontrarían un trabajo decente que les permitiría vivir con lo mínimo que habían soñado -una casa, una familia, un coche-, sin preocupaciones ni contratiempos ni grandes aventuras: una vida de la que quizá querrían huir algún día -por rutinaria, por tediosa-, pero que jamás acabaría convirtiéndose en un sueño inalcanzable como lo era ahora para todos ellos. Y aun así, ni siquiera pudieron tener esa vida mediocre gris.

Y ahora vuelvo al principio: ¿qué sentido tiene para esta gente todo lo que nos ocupa y nos entretiene a los demás? ¿Qué esperan del "procés" o del B2 de catalán o de las "portavozas" y #MeToo? Me gustaría saberlo.

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