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Gallardía revolucionaria

Los nacionalistas investigados por el Tribunal Supremo e interrogados por el juez Llarena han hecho literalmente el más estrepitoso de los ridículos al conocerse los términos de su pusilánime declaración. Con alguna excepción, como la de Junqueras, en que el líder de ERC ha mantenido una posición conscientemente ambigua, los demás han claudicado aparatosamente y, o pasaban por allí cuando fueron sorprendidos, o se ha interpretado mal su actuación, siempre afecta a la Constitución y a las leyes. El heroísmo no es seguramente una virtud política, ya que la democracia, un régimen aburrido y monótono, es sobre todo un ejercicio de racionalidad. Sin embargo, podría pensarse que quien invoca la épica y el patriotismo para justificar un golpe de mano y se muestra públicamente a las muchedumbres dispuesto al sacrificio para conseguir izar la bandera de una pretendida libertad, habría de mantener una cierta gallardía revolucionaria si, como podía esperarse, el Estado abortaba la aventura e invocaba el principio de legalidad al afear penalmente la actitud de los promotores de la sedición.

Parece en fin que en esta aventura había muchos oportunistas dispuestos a ponerse a la cabeza de la manifestación si esta resultaba exitosa, pero decididos a escurrir el bulto si las cosas se ponían feas. La condición humana no suele estar cuajada de virtudes, pero en este caso la cobardía moral resulta especialmente llamativa.

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