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Puigdemont, venezolano

El parangón es de una obviedad elemental: cuando Maduro, este desecho seudorrevolucionario que ha convertido el régimen de Chaves en una dantesca caricatura, se encontró enfrente a un parlamento que no era de su cuerda, decidió inventarse una asamblea constituyente elegida según sus propias normas y, por lo mismo, abrumadoramente favorable a sus tesis.

De forma análoga, Puigdemont, que está al frente de la mayoría parlamentaria nacionalista, se encuentra ahora con el hecho previsible de que no podrá ser entronizado a la presidencia de la Generalitat porque puso tierra por medio para no tener que responder de las ilegalidades cometidas por el independentismo. Y para eludir este inconveniente, ha ideado una "asamblea de electos", cuya composición todavía no ha perfilado del todo (aunque está en ello, que nadie se alarme), que lo invista "presidente simbólico" de la Generalitat en Waterloo.

El modelo venezolano es pintoresco, y consuena con la tradición democrática liviana e inconsistente del país. Aquí, la emulación resulta sencillamente patética y, si cuaja, terminará de desacreditar a un soberanismo que ha ha perdido el sentido del ridículo y que ha cometido el craso error de salirse de los venerables cauces de la tradición democrática europea.

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