Diario de Mallorca

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En un reciente vuelo de Madrid a Palma tuve la mala fortuna de que en el asiento de al lado se sentase un pasajero con incontinencia verbal. Este señor se sintió impelido a darme conversación impidiendo que pudiera proseguir con mi lectura. A pesar de los educados intentos de disuadirle de la inutilidad de su propósito y, de revelarle que el libro que tenía entre mis manos era muy interesante, que había tenido un día complicado, agotador, mi casual e imprevisto colindante no cejó en su intención de mantener una conversación. Al haber resultado fallidos mis esforzados y educados intentos de sortearle y, ante la inevitabilidad de lo que me esperaba durante la próxima hora, decidí aceptar lo ineludible y observar hasta dónde llegaría su irrefrenable deseo de charla. Me di cuenta rápidamente de que mi viajero adjunto era un indeciso patológico. Los indecisos son para mí una extraña raza de gente que crea ansiedad a los otros y a mí me ponen muy nervioso. Mientras ellos se sienten cómodos en su dubitante posición y además se consideran seres especiales al no comprometerse, no se dan cuenta de que son solamente unos pelmazos, que están situados en el atrio de la oscura zona de la ambigüedad y próximos a la negatividad. El problema de los indecisos e irresolutos es que son un obstáculo, que provocan el bloqueo de cualquier situación. En la vida, si solo existiesen ellos, todo se detendría.

Para este compañero de vuelo, que dijo estaba recién llegado de Londres, todo tenía sus pros y sus contras, -pues claro- y ante cualquier tema de actualidad no se decidía por alternativa alguna, -ni una cosa ni otra-, aunque fueran claramente opuestas. Comentó, poniéndose en plan interesante, el espinoso tema del "brexit", y concluyó con un, qué quiere que le diga?, ¡vaya decepción!, sobre "el soberanismo" catalán, dijo que allí tenía muchos amigos y conocía bien el problema, su conclusión fue que bueno que ya se verá ?. ¡nueva contrariedad!. Al apremiarle para que se manifestase a favor o en contra, contestó, el muy cursi, que yo le estaba poniendo "b etween de rock and the wall", le dije que en castellano solemos decir "entre la espada y la pared" y sin saber de qué iba la cosa dijo que claro... No obstante, le informé de que además de su posición de indefinición, de su confusión, en la vida existen algunas certezas, axiomas, verdades incuestionables, universalmente tenidas por validas, asumidas por evidentes y que a partir de ellas se puede empezar un razonamiento o un proceso de decisión. Que el ser humano es libre y por tanto dotado de capacidad de elección, de tomar decisiones y que la libertad de la que gozamos nos sitúa en el estadio de la elegibilidad.

Le pregunte si tal vez él era cartesiano y dijo que sí, que por supuesto, que dudar era de personas inteligentes, que creía en la duda como método. Entonces le dije que fuese con cuidado, que Descartes propugnaba la duda como método pero para llegar a la verdad, a la certeza, sobre la que no se debe dudar y a partir de ella actuar y que si la duda como método de Descartes, se convertía en una norma de vida se podrían plantear cuestiones absurdas, como por ejemplo, se podría haber preguntado usted si el avión llegaría a Mallorca y entonces tendría que haber decidido si embarcaba o se quedaba en tierra, también se podría cuestionar si está usted vivo o muerto... Quedó impávido, no contestó, titubeó. Le comenté, que, ya que venía de Londres y parecía interesado por la literatura inglesa, que en mi opinión, el paradigma de la indecisión y de la duda lo podía encontrar en Hamlet, acto tercero, escena primera de la magistral obra de Shakespeare, momento en que Hamlet en un emocionante soliloquio pronuncia la célebre frase, "T o be or not to be". Dijo que ya, que él se lo pregunta cada día.

Cuando estábamos entre Valencia y Mallorca me propuse tratar de animar a mi indeciso compañero a que reflexionase, le recomendé que leyera la Odisea, poema épico de Homero. De cómo Odiseo encontrándose de regreso a Ítaca se percató que en su ruta tenía que atravesar el canal de Messina, entre Sicilia y Calabria, - de tres millas de anchura- y que en ambos lados del paso, en las dos orillas opuestas, había unos monstruos marinos, Escila y Caribdis, que succionaban cualquier embarcación que se pusiera a su alcance. Odiseo rechazó la posibilidad de acercarse a la ribera dominada por Caribdis y también el aproximarse a la orilla de Escila, ¡tomó una decisión!. Y consciente de que debía persistir en su ruta, a pesar y de los peligros ,siguió navegando y llegó a su destino. Mi indeciso adlátere dijo "yo habría detenido la embarcación".

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