Hace ya más de un año me sobresaltó una noticia publicada en este periódico: un padre había sido detenido por pegar habitualmente a sus dos hijos "porque no estudiaban". El entrecomillado es el argumento que esgrimió el progenitor en su defensa, y eso fue lo que llamó poderosamente mi atención, y me puso en guardia. No ignoro que durante mi generación el guantazo en el rostro era algo consentido en determinadas familias, pero a los que nos hemos criado en la calidez de un hogar cuyos padres se entregaban en el cariño y la educación de sus pipiolos, se nos olvida, con facilidad, el salvajismo que sufría el compañero tímido con el que jugábamos en el patio del colegio.

Al día siguiente de leer el suceso no se me iba de la cabeza qué sería de aquellos dos pobres chavales. Me dispuse entonces a realizar una especie de encuesta, entre amigos y conocidos, para saber qué opinaban las personas de mi entorno acerca de "la hostia en la cara". Como no quería que se me notara excesivamente preocupado por el caso, me limité a preguntar solo a los amigos con hijos y si sacaban el tema de los críos en una conversación. Tras pocos días y después de obtener respuesta de tres amigas interrumpí la dichosa encuesta. Las tres madres habían respondido positivamente, y no estaban juntas. Sostenían, todas y con absoluta firmeza que, "en un momento dado, un buen tortazo en la cara es la mejor solución". Cobardemente no repliqué, y me limité a pedirles, una por una que, por favor, no lo hicieran. Entonces comprendí lo mal que lo deben pasar quienes realizan una encuesta para dar solidez a un determinado argumento y no obtienen los resultados que esperaban.

La esperanza es lo último que se pierde. De modo que seguí, día tras día, repasando la portada de Diario de Mallorca, buscando una noticia que comunicara que los resultados académicos de aquellos dos hermanos azotados por su padre habían mejorado notablemente. No tuve suerte, como tampoco la he tenido esta mañana durante el desayuno.

En domingo, cuando uno puede permitirse pasar las páginas del periódico con total parsimonia, debería estar prohibido publicar determinadas noticias. Cuando regresamos de misa de las ocho, pasamos por el quiosco y después por la panadería a por un bollo. Ya en el calor del hogar, sentados junto a un humeante café con leche, abrimos la prensa, y todo cuanto queremos leer es un tanto de fútbol, poco más sobre la trama Gürtel y nada más sobre el proceso catalán, para luego pasar a los amenos reportajes sobre nuevas tecnologías, las últimas tendencias en moda, y la presentación de un coche eléctrico más económico y rápido que el del domingo pasado. Pero la página 44 de La Vanguardia de hoy domingo, 28 de enero, dentro del apartado que lleva por título "Tendencias", irrumpe con el titular "Naiara, siete horas de torturas hasta morir", con un tamaño de fuente imposible de pasar por alto. La página entera describe cómo una criatura de ocho años fue golpeada a puñetazos y sometida a descargas eléctricas durante siete horas de terror, hasta que acudió la muerte a rescatar a la pobre Naiara del libre albedrio del que gozaba el hermano de su padrastro. Y yo que pretendía engullir un pedazo de cruasán mojado en café con leche dominical. ¡A hacer puñetas la medialuna, a hacer puñetas el periódico y a hacer puñetas el domingo! Ni siquiera he llegado a saber si me ha vuelto a tocar la Primitiva.

Al parecer Naiara tampoco era muy constante con los estudios, así que me acordé de los dos muchachos del principio, pero sobre todo me acordé de su padre. Tal vez hubiera terminado en la cárcel, he pensado, y los reos tienden a menudo a refugiarse en la biblia. De modo que la única solución que se me ocurre para el desalmado con la capacidad de estampar su mano sobre el rostro de un niño es aconsejarle que lea la biblia, que lea los evangelios, que lea justo hasta Mateo 18:6, y que después deje de leer para siempre.

"¿Y qué aprendemos de todo esto?" Por el momento solo puedo responder que estoy convencido de que si Antón Chéjov llegó a convertirse en un escritor universal, uno de los mejores, no fue gracias a las palizas que recibió de su padre alcohólico, sino a pesar de ellas. Por cierto, creo que mañana iré a por tres ejemplares de los relatos de Chéjov para regalar a las amigas a quienes consulté el año pasado, una reprimenda mucho más suave que la biblia.

*Empresario