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Respuestas con sorna

En demasiadas ocasiones se nos plantean temas en la conversación, incluso frente a contertulios con los que solemos estar habitualmente en sintonía, que propician un debate donde las diferencias de criterio pueden terminar generando malestar en ambas partes y fomentando una desazón que no conviene llevarse a la cama. El tono se torna agrio o despectivo, menudean las interrupciones y lo que empezó con voluntad de análisis objetivo se convierte en pulso por ver quién se lleva el gato al agua. Es en tal escenario cuando, siquiera por evitar las agujetas en el espíritu que apuntaba Yourcenar, echar mano de la sorna puede distender el ambiente y procurar un respiro junto a la sonrisa.

Como sabemos, no hay respuestas unívocas para todas las divergencias que puedan surgir, y empeñarse en sostenella contra viento y marea no suele permear la opinión ajena. Frente a esas evidencias, permitirse el chiste y quiebros que traduzcan un enfoque de menor rigidez, no sólo relaja sino que sitúa el diálogo en distinto contexto y puede favorecer en los/las dos esa relativización de la que andamos tan necesitados; máxime si, como aseguraba Cicerón, lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice. Contra dogmas y fanatismos varios, sin duda la ironía es un excelente recurso y vestir los desacuerdos con buen humor, aunque se trate de una máscara, no sólo allana el camino para distintos derroteros sino que la deriva puede facilitar, y es táctica que no conviene echar en saco roto, que el oponente perciba de forma más patente sus propias contradicciones. Y es que para la insensatez, propia o del otro, nada mejor que un algo de guasa.

Para ejemplo -no me atrevería a calificarlo de paradigmático, aunque algo hay de eso-, la ocurrencia de Tabarnia, empleando como justificaciones que a los mismos promotores les mueven al pitorreo, precisamente las tesis del procés y, para culminar un esperpento que goza de calado, Boadella en papel de Puigdemont y su No(ya) soc aquí. Metidos en harina, barrunto que es precisamente esa peculiar deriva del expresident, trufada de insólitas pretensiones, la que ha favorecido que una amplia mayoría hayamos conseguido, en cierta medida gracias a él, darnos un respiro, aunque sus actitudes y comportamiento no tuviesen por intención la de distender el ambiente al modo de un espectáculo de teatro bufo.

En cualquier caso, convendrán que sustituir enfados y rechazos por chirigotas, sean o no buscadas, suponen una adaptación evolutiva al cabreo que, entre sus muchas ventajas, viene de perlas a nuestro aparato cardiovascular por evitar en lo posible taquicardias e hipertensión. La ironía tiende siempre una mano a la distensión y se me da que ésta nos viene bien; sea humor calculado y con intención o, como en el caso antes mencionado, un indeseado efecto secundario al que el protagonista se hurtaría de poder hacerlo. Un estilo distinto, por resumir, que se ponga de vez en cuando la seriedad por montera, es lenitivo en muchas ocasiones y, en otras, la mejor réplica ante tantos despropósitos que, sumados, convertirían nuestra vida en una permanente irritación. Deduzco que es lo que movió a Iceta para decirse/nos que una presidencia telemática la escucharía desde su casa -también allí tiene plasma-, o a la mordacidad con que comentamos alguna que otra salida del presidente Rajoy, desde su "mucho españoles" al "todo es mentira salvo alguna cosa", afirmaciones todas que certifican la habitual perspicacia de sus análisis.

Recientemente, los portavoces de esos "países de mierda" en boca de Trump, otro que tal baila, respondieron con una indignación ciertamente comprensible aunque, para mejor darle allí donde duele, quizá tomárselo a chacota habría sido más conveniente y es que, entre otras ventajas y como sugirió en su día Vonnegut, mejor la risa que las lágrimas porque después hay que limpiar menos y además, añadiría, puede ser táctica que penetre más hondo.

Y por supuesto que determinados temas no inducen precisamente a la cuchufleta y, enfrentados a determinadas posiciones o invectivas, dan ganas, por no entrar en violencias, de levantarse en busca de mejor acomodo. No obstante y de recurrir al humor, el de enfrente puede verse en la tesitura de tener que digerir un proyectil avieso. Hay bromas que dicen más de lo que pueda hacerlo la crispación y, en cuanto al autor de las mismas, tampoco se verá así en la necesidad de forzar el ánimo para tragarse el desacuerdo que las ha originado. No puedo sino convenir, con Eduardo Mendoza, que demasiadas veces la ironía no es otra cosa que el lenguaje del desencanto; la sonrisa de la desilusión. Bajo tal óptica, parece obvio concluir que, en los tiempos que corren, replicar con socarronería se ha vuelto asunto fácil. Y una buena medicina contra el hartazgo.

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