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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Los nuevos censores

La Galería de Arte de Manchester ha descolgado un cuadro del artista inglés John William Waterhouse titulado Hilas y las ninfas. Según la mitología, Hilas, amado de Hércules, fue raptado por las ninfas, que, al igual que el famoso héroe griego, se prendaron de él por su belleza.

La pintura retirada de la vista pública muestra al joven al borde de un estanque, de cuyas aguas oscuras emergen unas muchachas de pechos desnudos, dispuestas a llevárselo con ellas. Es una pintura que a uno se le ocurre de un erotismo inocente, muy propio del romanticismo prerrafaelita, pero que al parecer puede chocar a quienes ven en todas partes huellas de un machismo o un patriarcado que no tiene sitio en nuestra época de corrección política.

El museo británico pretende con su decisión de descolgar el cuadro provocar un debate sobre la representación del cuerpo femenino en el arte: bien como objeto de deseo, como mujer fatal o como elemento "pasivo-decorativo". Hemos visto, por otro lado, cómo últimamente se ha acusado a un pintor como el ya fallecido Balthus de haber idealizado el voyeurismo con sus cuadros de muchachas púberes en posturas claramente sugestivas.

El Met supo resistirse a una petición en internet que instaba al museo neoyorquino a retirar una obra suya porque ofrecía "una visión romántica del voyeurismo y la cosificación de las menores". Por esa regla de tres, habría que prohibir también un libro como Lolita, de Vladimir Nabokov, porque podría interpretarse falsamente como una invitación al abuso de menores.

Y así podríamos llegar hasta Ovidio, en una de cuyas Metamorfosis resultan violadas más de una veintena de mujeres. ¿Hay que condenar a Picasso por la agresividad sexual, el claro machismo e incluso, por qué no, la misoginia de muchas de sus creaciones?

Podríamos por supuesto ir mucho más atrás y censurar a Caravaggio por el homoerotismo que destila buena parte de su obra. ¿Y qué decir de la vida poco ejemplar que llevaron tantos creadores como el propio Caravaggio o también Benvenuto Cellini, condenado en su día por sodomía? ¿Hemos de rechazar a Quevedo por la judeofobia de algunos de sus escritos? ¿O a Shakespeare por haber creado un personaje judío tan antipático como Shylock en El mercader de Venecia? ¿Hemos de dejar de leer al gran poeta estadounidense Ezra Pound o al novelista francés Louis-Ferdinand Céline sólo porque nos repugna su filofascismo?

¿Tienen los creadores que ser además moralmente ejemplares para que podamos admirar su obra? ¿Cuántos quedarían entonces?

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