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El ingenuo seductor

Los cincuenta de Felipe VI

Yo, que siempre he sido más de una Primera Dama que de una Reina, no alcanzo a comprender ese afán de las personas e instituciones más alejadas de la realidad por hacernos creer que son y actúan como nosotros

El Rey y yo somos de la misma quinta. Bueno, soy siete meses mayor pero hay cinco en los que compartimos edad y generación. Mis cincuenta llegaron sobreactuados y pasaron sin pena ni gloria. Confieso que creí que me aguardaba una fiesta sorpresa, de esas antológicas que enmarcan una fecha, maquinada por familiares y/o amigos pero no, no fue así. Mis cincuenta cruzaron como una corredora del desierto empujada por el viento cálido del verano. Una lección de humildad tal vez. O una verificación, aún no lo sé.

Me calma observar que los cincuenta de Felipe VI no se han celebrado mucho mejor. Porque si hubo fiestón sorpresa, no nos hemos enterado. Eso lo agradezco. Lo único que hemos visto es un video de imágenes inéditas del monarca en familia que la inmensa mayoría de este país ha recibido con el estupor y la cautela con la que acogíamos a los amigos que regresaban de luna de miel con una docena de álbumes de fotos y un video por domesticar.

Confieso que cuando recibí el video pensé que, con esa fotografía siniestra, con ese plano a lo Carpool Karaoke y esa música de Chris Zabriskie, un compositor de licencia Creative Commons que maneja el minimalismo electrónico que requiere una partitura de ciencia ficción, estaba asistiendo al avance de un thriller nórdico. Y pensé: "Joder, Felipe sí que sabe organizar bien un cincuenta cumpleaños". Imaginé que esa era la invitación a su cumpleaños, que algún invitado la había filtrado, y que de repente la reina Letizia iba a conectar el iPhone a los altavoces y sonaría Lo malo de Aitana y Ana Guerra e iban a comenzar a cantar esas estrofas con la aparición de Leonor y Sofía, entre los asientos de sus padres, moviendo la cabeza al ritmo de "pá fuera lo malo, no no no, yo no quiero nada malo, no no no, pá mala yo oo" y casi se me sale el corazón por la boca. Pero no. Mi imaginación siempre me ha jugado malas pasadas aunque, las cosas como son, siempre fue mi mejor aliada.

Yo, que siempre he sido más de una Primera Dama que de una Reina, no alcanzo a comprender ese afán de las personas e instituciones más alejadas de la realidad por hacernos creer que son y actúan como nosotros. En el caso de la monarquía es más asombroso si cabe porque precisamente la tasación de la institución se sustenta en la diferencia, en ser distintos al resto, aunque solo sea por una cuestión de linaje medieval. Romper ese carácter ilusorio, casi fantástico, del rey y la reina del cuento, ese argumento a todas luces inverosímil, como el de la costilla de Adán, para humanizarlos. No se dan cuenta que precisamente cuando intentan hacernos creer que ellos también llevan a sus hijas al colegio, que se preocupan por sus exámenes y que almuerzan sopa y beben agua es cuando se materializa lo poco que se parecen a nosotros. Porque la gente, los mundanos, aún tenemos el privilegio de la espontaneidad, de la familiaridad, y podemos mostrarlo en público sin miedo a las consecuencias. Al menos así era hasta que las redes sociales se convirtieron en guardianas de la moral. Cuando una familia quiere mostrarle al mundo lo corriente que es no se sienta en una mesa a almorzar. Se pone a discutir con una teleoperadora por culpa de la factura del móvil, sale a comprarse ropa y se cuestiona su reflejo en el espejo del probador o subraya los daños colaterales de la convivencia. Lo otro es tan artificial que pierde el propio interés del artificio. Para eso ya tenemos a las Campos.

Nadie reclamó ese video, esa no era la demanda en España. Monarquía o república sí puede ser un debate pero ¿una Casa Real real? Eso es un oxímoron indescifrable. Fingir que son cualquier familia cuando no lo son nos lleva a situaciones tan parodiables como las que hemos visto esta semana acerca del video donde ninguna conversación se acaba y ninguna frase tiene una réplica posible. El propio Felipe VI lo manifiesta abiertamente cuando, en medio del publireportaje, reconoce lo difícil que debe ser para un actor transmitir emociones en el escenario.

De repente, según el criterio de Casa Real, los cincuenta de Felipe VI son especiales y lo demuestran con un video en el que le vemos hacer cosas que el resto de los mortales estamos aburridos de hacer. De ahí que nos llame la atención cosas tan bizarras como que la reina Letizia le huela el pelo a su esposo o que la Princesa de Asturias le diga a su padre, que está grabando el discurso de Navidad, que parece una chica porque va maquillado.

Un amigo me escribe un whatsapp. Leo: "El Rey que sobrevivió a las imputaciones de su familia, al 155 y al "compiyogui" es capaz de sobrevivir a este video y a cuarenta más". Sonrío. De momento, lo único que puedo añadir es que los y las de cincuenta estamos estupendos y que solo deseo que algún día pueda celebrar mi cumpleaños a cuerpo de rey. Eso sí, ahorraos el video clip.

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