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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Una historia interminable

El problema es cuando lo que es una justa reivindicación se tiñe de discurso puritano o de corrección política

ada día conocemos más casos de mujeres que denuncian haber sido violadas u obligadas a complacer los deseos del varón para conseguir un papel en una película, en un equipo atlético o algún trabajo. Es una historia interminable: como si hubiera saltado de pronto el tapón de la botella y saliera toda la porquería que encerraba y que muchos se habían preocupado demasiado tiempo de mantener oculta.

El patrón es siempre el mismo: un hombre en posición de poder abusa de la mujer, a la que exige pagar un precio, es decir, chantajea, si ésa quiere medrar profesionalmente. Es como si no aceptase el derecho de la mujer a abrirse camino por su simple valía, a equipararse al varón en cualquier profesión, como si quisiese verla reducida al papel ancilar, de sumisión, de siempre.

Es cierto que en algunos casos, la mujer ha sabido o podido resistirse y que en otros, no le ha importado convertirse en simple florero de algún tipo poderoso y machista como Donald Trump. Pero nada de eso resta un ápice de gravedad a las denuncias de ese movimiento iniciado en Estados Unidos pero que ha terminado extendiéndose por todo el mundo y que se conoce como Me Too ("Yo también").

Un movimiento al que respondieron un centenar de francesas reivindicando el papel de la seducción en las relaciones entre los sexos y defendiendo que la mujer pueda ser también sujeto, que no sólo objeto de deseo. El problema es cuando lo que es una justa reivindicación - el derecho de la mujer a disponer libremente de su cuerpo sin verse sometida o humillada- se tiñe de discurso puritano o de corrección política, como tantas veces ocurre en Estados Unidos.

Es como si a veces se tratase de ejercer un control total sobre cualquier situación erótica que pudiera presentarse. Y a mayor control, mayor desconfianza entre los sexos, como advierte la profesora de literatura y autora alemana Barbara Vinken. "En una situación erótica, explica Vinken, se tira por la borda la norma del sujeto autónomo: éxtasis significa etimológicamente "estar fuera de sí". Y es la culminación del encuentro erótico".

Pero nada de eso tiene que ver, sin embargo, con lo que denuncian las mujeres del Me Too porque se trata entonces de una relación entre iguales y no de un simple abuso de poder, de una violencia estructural. Como tampoco tiene que ver con ello un episodio tan ridículo como el que ha saltado estos días a la prensa en Alemania: la polémica en torno a un poema en español que adorna la fachada de una escuela berlinesa y que algunos quieren borrar.

La poesía reza así: "Avenidas/avenidas y flores/flores/flores y mujeres/avenidas/avenidas y mujeres/avenidas y flores y mujeres/un admirador". El admirador, el poeta suizo-boliviano Eugen Gomringer, hoy nonagenario, que dice haberse inspirado en un paseo por la Rambla barcelonesa y no entiende la polvoreda levantada.

"Mi poesía, explica, sólo describe una escena callejera como la que puede verse en tantos lugares. Un paseante admira la belleza del mundo. ¿Qué hay de sexista en ello?", se pregunta. Pues, según quienes la han denunciado, los versos en cuestión, lejos de ser inocentes, "reproducen una tradición patriarcal" y "nos recuerda que una mujer no puede salir a la calle sin exponerse a ser admirada sólo por su cuerpo".

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