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Norberto Alcover

En vida teva

De vez en cuando, uno u otro, muy difícil saberlo con precisión, lanza las piernas al aire y golpea sin piedad. Es cierto que golpea con una cierta sutileza mediante la conocida estrategia de presencias y ausencias. Y así, lo que para algunos es excelente porque se salvaron de la quema, para otros es un tsunami de agresividad vendida nada menos que en el medio televisivo. No en un rato, sino en dos. Para que en el entremedio haya tiempo para el cuchicheo, el regodeo y la vergüenza. Un turmix de pasiones mediana y mediocremente conjuntadas, sin específico aceite que las disminuyera en su acidez? contra lo que pueda parecer en una primera lectura. En fin que, cada uno aguante su vela en una aventura mucho menos incisiva de cuanto esperábamos, pero no por incumplir su objetivo fundamental, en absoluto, es que ha carecido de consistencia lingüística coherencia estructural y por supuesto elegancia realizativa. Lo mejor a distancia es el intérprete del Vicario General que, cuando está en pantalla, se come a los demás: socarrón, de vuelta de todo, consciente tardíamente de su condición de pecador, y sobre todo, un roberspierre eclesial de altura.

Dejo de lado detalles secundarios y me limito a dos comentarios esenciales concretos y un tanto dolorosos. La miniserie lo que consigue de verdad es golpear a la Iglesia de Mallorca y, como resultado, a la Iglesia en cuanto tal, representada por el arzobispo que recibe al obispo golpeado en Roma/Vaticano. Quién sea este personaje está más claro que el agua, pero no se ha tenido el valor de meterse en harina para evitar una querella. El guionista sabrá la naturaleza de la ficción.

En nuestros días, gusta, y es fácil, denostar el cuerpo eclesial por la sencilla razón de que la Iglesia calla y prefiera pasar de polémicas todavía más provocativas en el cuerpo social. Pero siempre recuerdo que Jesucristo no callaba en todo momento. Una cosa es que la Iglesia no golpee al ser golpeada y otra muy diferente que los creyentes concretos hagan lo mismo. Si hay que jugarse el tipo, pues se hace y se acabó. Y en segundo lugar es evidente que los golpes antieclesiales en la serie son de doble naturaleza: es una ciénaga de corrupción económica y un ámbito jerárquico implacable ante el escándalo. Esto es lo que interesa demostrar ficticiamente en esta miniserie, aunque al final se intente recuperar al obispo protagonista para la causa del bien y de la honradez. Un encaje de bolillos poco elegante con una finalidad tan descarada como contundente desde el punto de vista intelectual.

Y si nos aproximamos a un análisis lingüístico, la carencia de medios ha podido colaborar a una superficial puesta en escena, con permanentes imágenes de referencia para montar las diferentes escenas y secuencias. Pero hay mucho más extraído de la más sencilla teoría de la imagen audiovisual: la clave de una historia cinematográfica y televisiva siempre está en el guión, que determina la realización del director y el montaje definitivo de lo rodado. El guión de nuestra miniserie, tan descaradamente manipulado en sus dos partes, consigue tanto una vulgarización de los personajes como una concatenación de hechos sin fundamento, de manera que, al final, la bondad terminal se impone en el obispo, la contradicción hunde al Vicario general, la Iglesia alcanza arbitrariedades infinitas en cada uno de los personajes, las mujeres carecen de la menor positividad, las calles palmesanas son ámbitos de espionaje afectivo, los signos cristianos amparan las carencias sacerdotales, todos contra todos en un aquelarre de pasiones incontroladas, y en fin, el dinero está a un pelo de arrastrarlo todo a no ser por la recuperada conciencia del obispo, que se marcha, tras la obligada dimisión, como un perro. Además, un niño de ojos inquietantes, una mujer víctima del veneno, una ejecutiva malísima y una amiga buenísima hasta la victimación. Y unas fotografías. En cine, recordémoslo, la realidad es la ficción y la ficción es la realidad, en palabras del ya desaparecido maestro Gianfranco Bettetini. El salto entre ambas, en nuestro caso, no ha sido precisamente modélico.

Que pudo ser peor desde el punto de vista narrativo, sí. Reconozco que el tratamiento de los posibles errores episcopales es discreto y que la utilización de algún despacho oficial también, faltaba más, el despacho queda ahí para el futuro. Pero en general estamos ante un documento que no resultará, dentro de unos días, de feliz recuerdo para sus autores, poco ayudados por la aceptación del producto. Han golpeado el cuerpo eclesial, insisto una vez más, y pienso que esta pequeña iglesia local, con todas sus deficiencias, no se merecía una utilización del dinero público para estas aventuras mediáticas. Golpear es fácil. Recuperar la propia fama es mucho más costoso. Pero seguramente este detalle importa poco a los responsables últimos del documento televisivo.

Hay que ver cómo algunos errores personales y su transformación en noticia mediática, antes y ahora mismo, pueden convertirse en agresión incondicionada a una institución en la que tantos dejan su vida para que otros vivan. Callarse no siempre es cristiano: Jesucristo habló en defensa de los intereses por los que había aparecido en la historia humana. Y uno se pregunta: ¿quiénes han movido los hilos de esta agresión para que se consumara? Esta es la pregunta y alguien tendrá la respuesta.

La isla se pierde en su mar.

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