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Después de Trump

El discurso innoble del Estado de la Unión pronunciado por el megalómano Donald Trump ha producido asco e ira: sus bases son el supremacismo blanco -el freno a la inmigración-, la expulsión de los extranjeros que se han afincado en los Estados Unidos y la construcción del muro fronterizo con México. Sin embargo, el brutal presidente norteamericano, indigno de representar a aquella gran nación, ha encontrado esta vez a un joven contradictor, Joe Kennedy III, sobrino nieto del asesinado John Fidgerald Kennedy, congresista por Massachusetts de 37 años, quien ha tomado la palabra en nombre del Partido Demócrata, ha acusado al presidente de fracturar a la sociedad estadounidense y le ha advertido de que "nunca en la historia de los Estados Unidos lograron igualar la fuerza de un pueblo unido". También tranquilizó en español a los hispanos amenazados, "que forman parte de la historia de este país".

Las democracias fuertes tienen la ventaja de evitar que las derivas autoritarias perduren y se consoliden, y ya es patente que esta grave contrariedad que proviene de USA y que contamina a todo el orbe ha sido circunstancial y tiene sus días contados. La reacción del pueblo estadounidense es un hecho y pronto la era Trump pasará a la historia como un mal sueño. Y como una vacuna contra el populismo.

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