Una vez que Esquerra Republicana ha cumplido fielmente las instrucciones del PP contra la investidura del presunto detenido Puigdemont, se ignora qué sentido tiene que el mayor representante de ERC siga en prisión. Por supuesto, el Gobierno podrá contraargumentar que el diálogo con un rival encarcelado gana en fluidez. Ningún razonamiento seduce con mayor eficacia a un preso que la hipótesis de su excarcelación.

El presidente del Parlament catalán no se ha librado de una investidura imposible, se ha librado de la cárcel. El dirigente popular Pablo Casado tuvo la amabilidad de evocarle las privaciones del encierro sacando a colación a sus hijos, un nuevo avance en el tono siciliano que preside la actualidad. Si se observa el amontonamiento del lenguaje presidiario en lo que lleva este artículo, se percibirá que la política no se ha trasladado al derecho penal, sino directamente al penal.

Por tradición, todo político piensa que sus rivales están equivocados. Ahora considera además que merecen ingresar en prisión. Sin olvidar el punzante desequilibrio de que solo una parte puede meter en la cárcel a la otra, un detalle armamentístico que permite aventurar el desenlace de la pugna.

En el régimen previo al imperio de la cárcel, el único titular posible sería que "Puigdemont desobedece el mandato electoral y no acude a su investidura". El comentario ulterior incidiría en que no se veía un desaire semejante al veredicto de las urnas, desde que Rajoy desobedeció la propuesta del Rey y se negó a presentar su candidatura ante el Congreso tras las generales de 2015.

El pimpinela Puigdemont imita a Rajoy, al no presentarse a una investidura que tenía garantizada de acuerdo con el mecanismo antaño irrefutable de los votos. En realidad, habría que detener de inmediato ­al candidato a presidir Cataluña, para obligarlo a regresar a España y que pueda así cumplir con el mandato del Parlament elegido por sufragio universal de los catalanes. En segundo lugar, debe cumplimentar sus obligaciones con el Supremo, que también actúa en nombre de los votantes aunque sus magistrados finjan ignorarlo.

En su libro El mínimo teórico, qué necesitas saber para empezar a hacer Física, el profesor Leonard Susskind aconseja "poner el origen de un sistema de coordenadas en cualquier sitio pero, una vez que lo has elegido, mantén tu elección". De lo contrario, reinará el caos. El Constitucional ha desplazado el voto, que era el origen de sistema democrático, y lo ha degradado a un elemento más, de dudoso valor. El sufragio ha pasado a ser vulgar en cuanto procedente del vulgo, además de caprichoso, imprevisible y tornadizo. Había que domesticarlo, aunque fuera a martillazos de aplastar ordenadores.

La cárcel es mucho más práctica. Tiene el valor de lo definitivo, que constituye la antítesis de la peligrosa democracia. Por eso el Constitucional cita embelesado el penal, cuando hasta la llegada de Rajoy quedaba al margen de sus prerrogativas.