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Felipe VI: Razón, sentimientos y ternura del jefe del Estado

Cuando cumple 50 años, el Rey muestra por primera vez la normalidad de su vida familiar en el día a día, y el necesario equilibro entre sus emociones y sus deberes

"Es complicado transmitir las emociones ahí en el escenario ¿no?". El padre se dirige así a su hija pequeña, Sofía, alumna de clases de Teatro, mientras toman la sopa, servida en plato de San Claudio, modelo "Frutas y flores". Seguro que la elección de la vajilla no ha sido casual: la mayor, Leonor, que ventila su boca con la mano porque la minestrone estaba muy caliente, es la Princesa de Asturias. Su madre, la reina Letizia nació en Oviedo y, junto a la capital del Principado, en el pueblo de San Claudio, se fabrica desde principios del XX una de las lozas de mesa más conocidas de España. La Infanta Sofía se ríe con los gestos de su hermana. La escena resulta de lo más natural. Los españoles hemos visto imágenes de la comida, un día normal, en casa de los Reyes, en el monte de El Pardo. Felipe VI, con motivo de sus 50 años, ha querido así mostrar la cotidianidad de una familia real, con minúsculas.

La pregunta de don Felipe sobre las clases de arte dramático se puede entender también en sentido contrario: ¡qué difícil es no reflejar las emociones en público! Las convenciones sociales nos constriñen a todos, en ocasiones, a no expresar determinados sentimientos. Desde que era un niño rubito, el heredero de la Corona ha sido educado para controlarlos. La búsqueda de los detalles para agradar -como poner la vajilla con motivos florales y de frutas que captarán las cámaras- es también una constante en el comportamiento de los miembros de la Familia Real. Por eso, hay que felicitar al Rey por su medio siglo de vida, pero también por las veces que nos representa tan dignamente, agradando en nombre de España, transmitiendo una imagen inmejorable de nuestro país. Y en otros momentos - porque la vida es así- ocultando, quizás, un gesto de desaprobación o contrariedad.

Hay que darle las gracias por lo bien que representó a los españoles de buena voluntad en la manifestación por las víctimas del terrorismo islamista en Barcelona y Cambrils. La infamia del independentismo no sólo quiso aprovechar el dolor de la muerte y los heridos para sus fines políticos sino que insultó e injurió a Felipe VI y a otras instituciones del Estado. No obstante, el Rey estaba allí para condenar los crímenes y tratar de unirnos frente a la impotencia. Su participación opacaba esteladas y mentiras. Su presencia transmitía tristeza pero también serenidad.

Gratitud asimismo por visitar a los heridos del más cruento atentado yihadista que hemos sufrido en España. Tras el 11 de marzo de 2004, Felipe y Letizia, junto con los reyes Juan Carlos y Sofía, consolaron, y siguen consolando, uno a uno a los familiares de los casi doscientos muertos de los trenes de Atocha. Si alguna vez nos hemos preguntado, rotos ante al televisor, qué podemos hacer frente al terrorismo y la tragedia, ahí están los miembros de la Familia Real para transmitir, también por nosotros, afecto y consuelo a las víctimas de la desgracia.

Como Príncipe de Asturias, igualmente nos dio prueba de su entereza contra al odio y la crueldad, hace veinte años. En el cementerio de Ermua, tras el entierro de Miguel Ángel Blanco, asesinado por los terroristas de ETA, Felipe de Borbón supo concitar las emociones de millones de ciudadanos. Durante tres días, desde las plazas y calles de España, decían "¡Basta ya!" al terror cobarde del chantaje y la extorsión. Con su cálido abrazo a la familia del joven concejal, que había sido secuestrado por los pistoleros, todos sentíamos que expresábamos nuestro pesar, sin ira, como el joven Príncipe.

De forma admirable, don Felipe aguantó con aplomo las torpes y groseras pitadas al himno nacional, en la final de la Copa del Rey entre el Barça y el Alavés, el año pasado. Incomprensible y lamentablemente no era la primera vez que él, como le ocurrió a su padre, asistía a tan deplorable espectáculo. Pero por encima del bochorno, camuflado de falsa libertad de expresión, el rey Felipe escuchaba con dignidad el himno en señal de respeto a uno de los símbolos de nuestra nación. Por desgracia, nacionalismos periféricos han ideologizado torticeramente la bandera, el himno y la Corona, que también tiene una función simbólica. Algo impensable en los países avanzados de nuestro entorno. Emociona recordar cómo la noche del 13 de noviembre de 2015, después de los múltiples atentados que conmocionaron París, los ciudadanos salían del fútbol cantando La Marsellesa.

Felipe VI hizo lo que tenía que hacer en su mensaje televisado del pasado 3 de octubre, tras los graves desafíos independentistas de Cataluña. El jefe del Estado, símbolo de la unidad y permanencia de España, defendió el cumplimiento de la ley - imprescindible para la democracia- y la Constitución de la que emanan los derechos culturales y autonómicos de las nacionalidades. Animados por este mensaje, millones de españoles, entre ellos muchísimos catalanes, salieron a las calles para defender la convivencia entre Cataluña, el resto de España y la Unión Europea.

El Rey ha vuelto a defender estos principios y valores en el Foro Económico Mundial de Davos. La semana pasada, en la estación de esquí de los Alpes suizos, frente a cientos de líderes globales, Felipe VI ha reiterado que España es un Estado de Derecho que respeta las leyes, ofrece estabilidad para los inversores y se está recuperando de la crisis económica. Era su deber. Su sólida preparación, sus firmes convicciones y su capacidad de liderazgo despiertan simpatías y admiración entre los que toman las decisiones más importantes en el mundo. También queremos felicitarle y felicitarnos por eso. En contra de los que desprecian o incluso quieren destruir lo positivo de España.

La sopa de verduras, el pescado y el postre de la comida de la Familia Real han llegado a su fin. Y las reflexiones en torno a los sentimientos y obligaciones del monarca. Felipe VI propone a la Reina Letizia y a sus hijas dar un paseo. El contacto con la naturaleza favorece la meditación, el solaz, y el descanso. Como los masajitos por el cuello que la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía dieron con ternura a su padre tras la grabación del mensaje de Nochebuena, en el Palacio de la Zarzuela. Porque la Corona es una institución y también una familia para la continuidad y la estabilidad de España.

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