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Anonimato

Hace unos años, un escritor que tenía un blog en el que publicaba comentarios y reseñas de libros hizo un curioso descubrimiento: entre los comentaristas asiduos de su blog había varios que siempre se mostraban amables. Elogiaban al escritor y le apoyaban en sus juicios y en sus opiniones, o en caso contrario las rebatían de forma sumamente cortés, usando siempre argumentos expuestos con muy buenas maneras. Al mismo tiempo, el blog recibía las visitas de otros comentaristas que se expresaban de forma muy desagradable. Como buenos "trolls", estos otros visitantes del blog hacían comentarios desdeñosos sobre los libros que el escritor elogiaba, y de camino, insultaban al escritor y lo acusaban de toda clase de cosas (lameculos, comercial, intrigante, tontorrón, plagiario). El escritor empezó a pasarlo mal -el acoso era constante-, aunque al final se consolaba pensado que al menos tenía los dos o tres comentaristas educados que le apoyaban y elogiaban en todo momento. Hasta que un día, gracias a una pirueta informática que llevaría demasiado tiempo contar, el escritor descubrió que los comentaristas elogiosos eran las mismas personas que hacían los comentarios insultantes. La única diferencia entre unos y otros era que los educados firmaban sus intervenciones con su nombre y apellido, mientras que los otros -o mejor dicho, ellos mismos cuando se transformaban en "trolls"- se mantenían en un riguroso anonimato y sólo usaban apodos o "nicks".

Un caso evidente del Mister Hyde que todo Doctor Jekyll lleva dentro. O al revés, un caso evidente del Doctor Jekyll que todo Mister Hyde lleva dentro. Porque la cosa nunca está clara y sólo una persona muy ingenua puede creer que uno y otro, el respetable y el desalmado, viven en compartimientos estancos y nunca pueden llegar a intercambiar los papeles. O en todo caso, como ocurría en la novela de Stevenson, eso sólo puede llegar a ocurrir si interviene un agente externo, como la pócima química o cualquier otra circunstancia que saque a flote al yo oculto, que por lo general es el detestable. Pues no, las cosas no son así. Uno y otro, Jekyll y Hyde, el irreprochable y el odioso, conviven con la mayor facilidad dentro del ser humano. Los dos están ahí, uno al lado del otro, tan cerca, tan juntos siempre, que a veces es difícil saber quién es uno y quién es el otro. Y de hecho basta que cambien algunas circunstancias -unas mínimas circunstancias- para que donde antes había aparecido Jekyll ahora se aparezca Hyde. La vida está llena de estos casos. Eso es lo que llamamos condición humana.

Ahora bien, lo que también resulta evidente es que Hyde, el malvado, el detestable, el injurioso, el siniestro Hyde, siempre se siente más a gusto cuando se oculta tras el anonimato. Eso sí que es una regla invariable del comportamiento humano. La diferencia entre uno y otro, entre el respetable y el desalmado, es tan tenue que depende de múltiples circunstancias: del interés económico, del instinto de supervivencia, del azar, del miedo, de la angustia económica, del instinto sexual, de la presión del grupo, de la vanidad, del ego. Todo eso se sabe. Pero lo que no se sabe tanto es que el anonimato siempre alumbra a un Hyde y sólo raras veces -muy raras veces- alumbra a un Jekyll. Muy poca gente hace una buena acción de forma anónima, sin que nadie más lo sepa, sobre todo sin ese carrusel de cámaras y fotógrafos que tanto gusta a los filántropos para que todos sepamos lo filántropos y bondadosos que son. Porque el anonimato no despierta el instinto de hacer el bien, sino justamente el instinto contrario de hacer el mal. El instinto de insultar y de amenazar. El instinto de exponer a otro ante el escarnio público. El instinto de espiar y de manipular a los demás sin que éstos puedan defenderse. En la época victoriana, cuando Stevenson escribió su novela, Hyde tenía un nombre igual que lo tenía Jekyll. Hoy en día, por supuesto, no tendría nombre. Sería un meme, un avatar, un código cifrado. O si tuviera nombre, sería un nombre falso. Hyde, por ejemplo. Un nombre sacado de una novela que esconde la verdadera identidad de quien se niega a decir quién es.

En Twitter casi todo el mundo se mueve con identidad falsa. Por eso hay tantos matones, tantos abusones, tantos tiparracos (y tiparracas) que se dedican a insultar y a amenazar. Por eso hay tantos linchadores y tantos acusicas. Pero uno se pregunta si es lícito que unos tipos que no dan la cara se dediquen a desenmascarar a otros tipos que no dan la cara para someterlos a un linchamiento mediático. Es decir, Hyde denunciando a Hyde por matón y abusón y siniestro. Pues no. Si uno quiere denunciar a Hyde, como mínimo tiene que tener la cortesía de decir su verdadero nombre. Aunque ese nombre sea Jekyll.

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