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Buscando al Macron español

En algún instante de nuestra vida, todos queremos ser Ernest Hemingway. No una copia, una emulación, no, él mismo. En ese todos no estamos solo los que escribimos, como periodistas, como escritores, también hay políticos e, incluso, personas normales, de esas que le gustan tanto a Mariano Rajoy. (Probablemente sea él una de las pocas que jamás ha querido ser Hemingway) El gran escritor estadounidense que marcó un antes y un después en la narrativa anglosajona, y en casi todas las narrativas de la segunda mitad del siglo veinte. Aunque a muchos no les guste ni lo reconozcan, la huella de Hemingway está mucho más presente en el llamado boom latinoamericano de lo que parece. Bien por huida del estilo hemingwayano, bien por tratar de superarlo, don Ernesto impregnó en mayor o menor medida, casi todas las buenas páginas del cono sur latinoché. El mito de Faulkner como gran padre de la literatura moderna de la segunda mitad del siglo veinte, es solo eso, un gran mito, una creencia exquisita: casi nadie ha leído a Faulkner, a excepción de nuestro Juan Benet y alguno de los discípulos de este.

Pero el peligro de leer a Faulkner de manera incompleta es tan grave como escurrirse en la conspiración por el mero placer de ejercerla. Así, por ejemplo, uno de mis hoteles preferidos de Madrid, el Santo Mauro, se ha convertido estos días en foco de atención informativa por un café con leche, o dos, que se tomaron una política catalana independentista y el antepenúltimo secretario general del PSOE. Es que con Faulkner siempre ocurre lo mismo, su prosa aparenta la de un abstemio con lo cual, invita al ascetismo, a la vida concentrada, a las reuniones inciertas. En ellas andan media docena de políticos socialistas sexagenarios largos y septuagenarios, en una suerte de también lectura errónea de Santa Teresa: "Y siempre hemos de estar sospechosos y no descuidarnos mientras vivimos; porque mucho se nos pega luego, si (...) no está ya dada del todo la gracia para conocer lo que es todo, y en esta vida nunca hay todo sin muchos peligros." Sin embargo, ignoran los peligros -Hemingway podía beber hasta la extenuación, pero nunca se le escapaba un adejtivo- y van en pos del Macron español, que meta a Rajoy en penalidades varias, y a ellos les rescate del olvido de la historia al que su propio ego les condena. Al título de este artículo le falta un adverbio: desesperadamente.

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