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Antonio Papell

La fractura del nacionalismo

La judicialización del conflicto catalán, que pareció inicialmente un aspecto intrascendente del problema, se ha convertido en el principal elemento definitorio, ya que, como poco a poco se ha puesto de manifiesto, estamos ante un conato fallido de golpe de Estado que incurre en ilícitos penales muy graves porque se ha puesto en riesgo nada menos que el Estado de Derecho, el marco de convivencia democrática. Tanto si existe delito de rebelión -que implica violencia- como si no, las sanciones que recaerán contra los urdidores de la maquinación serán serias y dolorosas. Lo que, como es natural, condiciona las actitudes de los diferentes actores: en tanto algunos de ellos han afrontado gallardamente sus responsabilidades y están encausados, en prisión o en libertad, otros, con Puigdemont a la cabeza, han optado por situarse fuera de la alcance de la Justicia, que no va a reclamarlos hasta que la causa esté más avanzada y existan garantías de que la solicitud de extradición no proporcionará a los huidos ventajas en relación a quienes se han quedado.

Esta diferencia de posición entre presos y prófugos ha marcado ya una ruptura en el seno del nacionalismo, que no se ha hecho del todo evidente porque todavía prima el discurso patriótico. Pero es ya inocultable que el líder de ERC, Junqueras, encarcelado en la prisión madrileña de Estremera, ve la realidad con mucho mayor pragmatismo que Puigdemont, que circula cual estrella errante por Europa, y que es seguramente consciente de que el pragmatismo le conduciría directamente a prisión; con la particularidad de que él, al haberse hurtado a la acción de la Justicia, no tendría posibilidades reales de ser puesto en libertad provisional (el riesgo de fuga sería objetivo).

En otras palabras, la normalización de Cataluña, esto es, la elección de un presidente de la Generalitat no encausado y sin riesgo de estarlo, dispuesto a gobernar Cataluña en el marco estricto del Estado de Derecho, sin transgresión de la legalidad y sin intención de promover otra ruptura, beneficia a Puigdemont, quien podría erigirse en el líder moral del "nuevo nacionalismo", dispuesto a huir del populismo vociferante y a plegarse a la ortodoxia democrática. En cambio, la supervivencia mediática de Puigdemont y su relativo liderazgo épico dependen de que la normalización no se produzca. Sólo así, mantendrá la adhesión acalorada de los más exaltados, que en esta clase de asuntos son los que marcan la pauta y distribuyen las patentes de catalanidad.

Hay, en definitiva, dos clases de nacionalistas, como ha escrito Andreu Claret (y ha traído a colación Juliana): los trabucaires y los florentinos. Los trabucaires son "los legitimistas graníticos, los más incondicionales seguidores de Carles Puigdemont, que ya empiezan a acusar de conspiradores a aquellos soberanistas que aceptarían la posibilidad de otro candidato a la presidencia -si la investidura de Puigdemont es tumbada por el Tribunal Constitucional-, con tal de poder restablecer lo más rápidamente posible el pleno funcionamiento de la Generalitat, con la consiguiente desactivación del artículo 155". Los florentinos, en cambio, serían los partidarios de alcanzar la mencionada normalidad para evitar males mayores de índole socioeconómica y rehacer un catalanismo dispuesto a dar la batalla de la soberanía a largo plazo y por los cauces democráticos convencionales.

Es ocioso decir que, en el territorio actual, los trabucaires serían los partidarios de Puigdemont, dispuestos a mantener la confrontación abierta, en tanto los florentinos serían los principales cuadros de Esquerra Republicana (por más difícil que resulte incluir a Junqueras en tales sutilezas).

Como es evidente, los trabucaires están esperando a que sus compañeros de viaje y sin embargo adversarios den las primeras muestras de debilidad para arremeter contra ellos con todo el aparato mediático que les llamará sin dilación traidores a la cara. Y esta amenaza es la que detiene a Junqueras, y seguramente a Roger Torrent, quienes no quieren verse en boca de los corifeos de Puigdemont y compañía. Pronto se aclarará el enredo y saldremos todos de dudas.

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