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LAS SIETE ESQUINAS

¿Cómo se vive aquí?

El nihilismo tiene muy buena prensa, igual que el pesimismo apocalíptico, sobre todo si uno es rapero o poeta romántico y quiere convencernos de las terribles condiciones de vida que le han sido impuestas

No sé si se ha hecho la prueba alguna vez: ponerle un Telediario cualquiera -el de ayer mismo, por ejemplo, con Puigdemont disertando en Copenhague- a alguien que viva en condiciones muy distintas a las nuestras: una de esas mujeres marroquíes, por ejemplo, que cargan con bultos de 50 kilos en el paso fronterizo del Tarajal, en Ceuta, o alguien que viva en una zona de México -y son casi todas- donde cada día haya enfrentamientos entre narcos con su secuela incesante de secuestros y tiroteos y extorsiones. "¿Bueno, qué le parece esto? ¿Qué impresión ha sacado usted de todo lo que ha visto?", me gustaría preguntarle a esa persona.

Suponiendo que ese espectador anónimo hubiera podido sacar algo en claro -y eso quizá sería mucho suponer-, sería interesante saber qué idea se había formado de nuestro país. ¿Somos un país feliz? ¿O un país desdichado? ¿Un país que ha perdido el uso de la razón? ¿Un país de adultos eternamente adolescentes? ¿Un país que se ha vuelto irremediablemente estúpido? ¿O un país que discute por tonterías mientras los asuntos importantes se quedan sin resolver? ¿O simplemente un país que vive tan bien que puede permitirse el lujo de dedicarse a estupideces y chifladuras? En resumidas cuentas, ¿somos un país que da vergüenza? ¿O todo lo contrario, un país afortunado en el que todo el mundo querría vivir?

Aclarar esto consultándoselo a alguien que viva en un contexto muy distinto no es una actividad tan ridícula como pueda parecer a simple vista. En las redes sociales, en algunos medios de comunicación, en muchas informaciones que se difunden con extraordinaria rapidez, somos un país tercermundista que vive una especie de dictadura de la incompetencia y de la crueldad. Un país del siglo XIX -o incluso del XVII- en el que la Inquisición actúa cada día, en el que la Iglesia católica impone su ley y en el que se encarcela a todos los disidentes -religiosos, morales y políticos-, por no hablar de los heroicos independentistas que luchan por sacudirse esa intolerable opresión. Un país en el que se tortura a los animales. Un país en el que los jueces son elegidos por un conciliábulo secreto de banqueros y de ministros. Un país en el que un grupo de codiciosos granujas ha desmantelado todos los servicios públicos, desde los colegios hasta las universidades, desde las guarderías hasta los centros de investigación científica, desde los ambulatorios a las UCI de los hospitales. Todo, todo ha sido desmantelado y saqueado, así que somos un país comparable a Zimbabwe o Madagascar, o quizá peor aún, a Turkmenistán o Tayikistán, que ni siquiera sabemos muy bien dónde están.

El nihilismo tiene muy buena prensa, igual que el pesimismo apocalíptico, sobre todo si uno es rapero o poeta romántico y quiere convencernos de las terribles condiciones de vida que le han sido impuestas por una sociedad injusta y por un sistema económico corrupto. Todo eso explica muy bien por qué tiene tanto éxito el melodramatismo y el malditismo, y por qué hay gente que dice sufrir tanto y vivir en un mundo tan miserable que prefiere no tener hijos para llegar pronto a una indolora extinción de la raza humana. Estas ideas, repito, cuentan con muchos seguidores y muchos creen que surgen de una realidad incontrovertible que nadie puede negar. Pero quizá las cosas no sean realmente así, y aunque haya bastantes motivos para estar descontentos en muchos aspectos de la vida, hay muchos otros en que podemos estar razonablemente orgullosos. Los índices de criminalidad son muy bajos, la sanidad es muy buena, la educación -siendo muy mejorable- aún ofrece oportunidades a los que quieran aprovecharlas, y por si fuera poco, la convivencia en las ciudades es más que aceptable, no hay conflictos especialmente peligrosos (lo de la independencia de Cataluña es más bien un psicodrama, o quizá un problema psiquiátrico, pero nada más), y hay motivos más que suficientes para estar medianamente contentos con las cosas que vivimos.

Por eso -y vuelvo al principio- me gustaría hacer el experimento de preguntar a alguien que no tenga nada que ver con nosotros qué piensa de las cosas que nos preocupan y que llenan los informativos. ¿Son cosas ridículas? ¿Interesantes? ¿Preocupantes? ¿Son propias de gente feliz? ¿O de gente desdichada? ¿O de gente que ya no sabe distinguir si es feliz o desdichada? Pues eso, más o menos.

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