En las alturas entre dos geografías se puede jugar en la frontera, fácil de identificar: hasta allí llegan las masas nubosas con alborozo de conquistadores, y allí pierden compacidad, se trocean y al final se desflecan (las leyes de toda masa). Hay dos rutas posibles desde el collado, a 0º y con fuerte viento: una hacia las cresterías al Sur, donde el sol reina, y otra hacia las del Norte, metido en una penumbra neblinosa. La opción es al Norte, y, subiendo por la senda, los pinares van blanqueando, hasta mostrarse petrificados: se queda en ellos, sujeto a sus agujas, hielo de las nubes que rasean. Casi se oye, en el silencio, el ronquido de la savia dormida en ellos. ¿Por qué llamamos fantasmal a un paisaje así? El segundo prodigio es al regreso, al salir de ese mundo, cuando de pronto la luz y un retazo azul afloran entre las nubes que van llegando al final de su etapa final.