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Matías Vallés

Al Azar

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Puigdemont, la marca España

Si la Marca España mide el impacto internacional de los personajes ligados a dicha geografía, Carles Puigdemont es el principar representante de esta figura de mercadotecnia. Ningún artista, empresario y mucho menos político puede disputarle el liderazgo. Ayer mismo, Rafa Nadal era solo el segundo español más radiografiado del planeta. Dentro y fuera, porque todos los medio de comunicación estatales mantuvieron durante la jornada de ayer tres titulares simultáneos sobre el 130 presidente de Cataluña. A la altura de The Guardian, La Repubblica y una relación planetaria.

El protagonismo universal de Puigdemont mide su influencia, no el cariño que suscita. Lo mismo ocurre con Kim Jong Un o con el Papa Francisco. En el ámbito español, el candidato a volver a presidir la Generalitat es el político más odiado entre quienes no le votan, y seguramente les sobran los motivos. Sin embargo, también ha sido votado en condiciones de alcanzar la presidencia, un pequeño detalle que era fundamental cuando la democracia se medía en elecciones y no en adhesiones. Y si el prófugo obtuvo 36 diputados desde Bruselas, parece extraño prohibirle que sustancie sus pretensiones sobre esta fuerza.

La encomienda de la crisis catalana a los tribunales solo ha servido para que un juez del Supremo no decrete la detención de alguien a quien dice que quiere detener. Ante lo incomprensible, es preferible ceñirse a la guerra de imagen. ¿A quién entrevistaría hoy un canal de televisión internacional, a Rajoy o a Puigdemont? La gira del candidato a president no solo debería contrarrestarse con la condena al fuego eterno, sino ofreciendo al mundo una visión alternativa. Hasta un independentista aceptará que España es mucho más que Puigdemont, de ahí la estupefacción ante la constatación ayer mismo de que Puigdemont es la única noticia española incrustada en las portadas internacionales. Tal vez convendría más ficharlo como símbolo de la Marca España, a través de la falsa detención de la solución Carrillo, en lugar de insistir en labrarle una reputación de forajido de leyenda.

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