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Figuraciones mías

Norte y Sur

Los tópicos me encantan. Hay uno muy socorrido que reza así: "La persona que vuelve de un viaje nunca es la misma que la que se fue". Seguramente, los jóvenes aristócratas británicos del siglo XVIII, que se tiraban años en su Grand Tour de descubrimiento de las maravillas del arte y la cultura del Viejo Continente, suscribirían con gusto la frase. Yo, sin embargo, siempre he vuelto de mis viajes tal y como me fui o, en todo caso, más pobre, en especial cuando, hace dos años, quise visitar Nápoles y, a las veinticuatro horas, me robaron la maleta, el maletín, el buen humor y mi curiosidad por Pompeya.

Viene esto a colación de la monumental estafa con la que los turistas ingleses han estado despellejando a los hoteleros mallorquines y que les ha permitido que las vacaciones les salgan gratis total. Son los únicos viajeros conocidos que han vuelto a casa con más dinero en los bolsillos del que tenían cuando salieron, o al menos con los 2.500 euros que prometían los abogados ingleses por cada falsa reclamación por intoxicación alimentaria ocurrida en la isla.

El modus operandi -lo han leído estos días en Diario de Mallorca- era sencillo: un turista británico se alojaba en un hotel en régimen de todo incluido, contactaba con un tiquetero que le ofrecía la operación, acudía a la farmacia a comprar un antidiarreico, guardaba el tique como oro en paño, volaba a casa, se dejaba representar por uno de los 'solicitors' dickensianos que estaban en la base del negocio y ganaba la reclamación por intoxicación alimentaria al touroperador que le había llevado a la Isla. Estos pagos eran repercutidos a los hoteles mallorquines que, durante mucho tiempo, callaron y pagaron para no granjearse una nefasta publicidad o una enemistad con el touroperador. Visto el tinglado, concluyo que no consiste en cuatro rateros que se han montado un negociete, sino en una sólida estructura en la que están implicadas empresas y bufetes especializados en reclamaciones de consumo, tiqueteros, plataformas de internet y miles de británicos corrientes y molientes.

Bueno, bueno, bueno. Parece ser que, por una vez, no somos los pícaros españoles, los avispados italianos o los taimados griegos los que ideamos un 'business' que, solo en 2016, movió sesenta millones de euros en reparaciones económicas. Qué alivio que, por una vez, no seamos los PIGS los que seguimos las enseñanzas de Lázaro de Tormes, sino nuestros arrogantes vecinos del norte, esos que siempre se apresuran a denunciar que los mediterráneos somos un lastre para la laboriosa y esforzada masa de sus trabajadores. Los tópicos me encantan, sobre todo cuando son desactivados por la realidad.

Cuando pienso en Reino Unido, todo lo que acude a mi mente es fragante y desprende glamour: la campiña, Retorno a Brideshead, la Reina Virgen, las hermanas Mitford y la National Gallery. Pero esa es solo la cara A de un país tan contrastado; en la otra -la B- está Trainspotting, los hooligans, el mamading de Punta Ballena, el fish and chips y la cocina enmoquetada. El Reino Unido ha sido siempre un as en eso de vender una imagen de sí mismo ennoblecida e idílica, dicen que porque realmente sus ciudadanos piensan que forman parte de un país excepcional en todos los sentidos. Esos códigos del honor tan oxonienses, de la honradez y la honestidad por encima del interés particular, se han desvanecido un poco más gracias (y siempre presuntamente) a la empresaria afincada en Calvià, Laura Cameron, y sus compinches. No son bromas: uno solo de los denunciantes, la cadena Club Mac de Alcúdia, asegura que el año pasado tuvo que pagar más de cuatro millones de euros por falsas reclamaciones.

Tan comentado ha sido el asunto en el Reino Unido que hasta Theresa May ha hecho constar su vergüenza por el juego sucio del que han hecho gala sus compatriotas. Además de indignarse -lo cual está muy bien- debería arremangarse y reformar una legislación tan laxa que permite que cualquier británico disponga de hasta tres años para presentar una reclamación sin prueba alguna, más allá del tique de compra de un envase de Fortasec.

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