Diario de Mallorca

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Qué raro es este mundo que entre todos hemos construido. Hace bien pocos años, el Estado español se rascó los bolsillos a toda prisa metiendo un montón de millones de euros para rescatar los bancos en apuros bajo el argumento de que nos llegaría algo parecido al Juicio Final en caso contrario. Aún coletean las consecuencias de aquella decisión precipitada y dudosa, por más que sus defensores sostengan que de no haberse llevado a cabo a nuestro país lo habrían expulsado del euro. Pero el gobierno más grande e importante de todo el planeta, el de los Estados Unidos, acaba de echar el cierre y no parece que pase nada.

Los precedentes de cierre de la administración estadounidense bajo las presidencias de Bill Clinton y Barack Obama hacen pensar en que el drama que supone echar a la calle a casi un millón de empleados públicos no va a ser gigantesco. En todos los casos anteriores el suspense se prolongó durante unas semanas pero con la solución al cabo de llegar a un acuerdo acerca de los presupuestos del Estado y volver a abrir las oficinas que habían echado el cierre. La totalidad de los comentaristas que opinan a tal respecto piensan que ahora va a suceder lo mismo y puede que incluso con mayor rapidez, dejando sólo las secuelas del orgullo herido de un presidente que ha visto torcerse su primer aniversario en la Casa Blanca. Bien es verdad que el Trump normal obliga a tentarse las carnes pensando en un Trump furioso pero al cabo la cosa se queda en poco más que una anécdota.

Lo mismo sucedió hace un par de años aquí, en el reino de España, cuando la incapacidad del Congreso para investir un presidente condujo a la legislatura fallida de entonces. Estábamos metidos en una crisis económica tremenda de la que aún no hemos terminado de salir pero durante el tiempo en que no hubo Gobierno „salvo en funciones„ la Bolsa subió de forma descarada. Casi parecía que los mecanismos del sistema agradeciesen la falta de verdaderos ministros aunque bien es cierto que el presidente de entonces y de ahora se caracteriza sobre todo porque se encuentra desaparecido de manera casi permanente.

Me pregunto si esa fórmula, la del cierre, no será la solución mejor. Cualquiera que pase por la capital de España puede sacar pronto la conclusión de que buena parte de los madrileños preferirían no tener alcalde alguno que seguir sometidos a las ocurrencias de la señora Carmena. Y si es así, ¿cuántos organismos más habrá sujetos a la ley del vacío terapéutico? ¿De verdad es necesario tanto ministro, congresista, senador, concejal, consejero, asesor, jefe de sección y experto en artes ocultas? El golpe de Estado del 23F se paró con el Gobierno en pleno y la inmensa mayoría de los diputados presos del loco de Tejero. Cuesta pensar que el otro golpe de ahora mismo, el del proceso soberanista del Parlament de Cataluña derivado en turismo político, se está gestionando mejor.

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